Recuerdo perfectamente la primera vez que llevé esta salsa a una barbacoa con amigos. La puse en un cuenco en el centro de la mesa, sin decir nada. A los diez minutos, alguien preguntó: «¿Quién hizo este alioli? ¡Está increíble!». Sonreí para mis adentros.
Nadie podía creer que esa maravilla cremosa y potente no llevaba huevo y que había tardado, literalmente, cinco minutos en prepararla en la licuadora de mi casa.
Desde ese día, se convirtió en mi receta estrella, la que todos me piden y la que ha salvado más de una comida improvisada. Es mi pequeño truco de magia en la cocina.
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Un capricho ligero: Hablemos de las calorías
Durante mucho tiempo, evité las salsas cremosas pensando que eran una bomba calórica. Un alioli tradicional o una mayonesa comercial pueden superar fácilmente las 600 calorías por cada 100 gramos, principalmente por la cantidad de aceite y la yema de huevo.
Cuando empecé a hacer esta versión, una de las primeras cosas que hice fue calcular su valor nutricional por pura curiosidad. Me llevé una grata sorpresa. Al usar leche en lugar de huevo, la mezcla es algo más ligera. Mi versión ronda las 450 calorías por 100 gramos.
Sigue siendo un aderezo para disfrutar con cabeza, claro, pero saber que es una alternativa más liviana me quita cualquier remordimiento. Es la prueba de que no hay que sacrificar todo el sabor para cuidarse un poco.
Ingredientes: lo que vamos a necesitar
Lo mejor de esta receta es que seguramente ya tienes todo en casa. No necesitas ingredientes extraños ni salir corriendo al supermercado. Es la simplicidad en su máxima expresión.
Para el frasco que ves en la foto, yo uso tres dientes de ajo. Me gusta que tenga un sabor presente y algo picante. Si eres más cauto, empieza con dos. A veces, si los ajos son pequeños o quiero un resultado más potente, no dudo en añadir un cuarto.
El truco que lo cambia todo es la leche, y tiene que estar helada, recién sacada de la nevera. Uso media taza (unos 120 ml). Es la responsable de que la emulsión funcione sin necesidad de huevo, creando esa textura increíblemente cremosa.
Luego está el aceite. Aquí mi consejo es usar uno de sabor neutro, como el de girasol. Una vez intenté hacerlo con un aceite de oliva virgen extra muy potente y, aunque me encanta su sabor en ensaladas, la licuadora intensificó su amargor y el resultado no fue bueno. Desde entonces, me guardo el de oliva para el final, si acaso. Necesitarás una taza (unos 240 ml).
Y para terminar, una cucharadita de sal y el jugo de medio limón. El limón es opcional, pero para mí es fundamental. Le da un punto de acidez y frescura que equilibra la intensidad del ajo y la grasa del aceite.
Preparando la magia: la hora de la verdad
Aquí es donde ocurre todo, y te prometo que es más rápido de lo que tardas en leer estas líneas.
Primero, pongo los dientes de ajo pelados, la leche helada y la sal en el vaso de la licuadora. Le doy un buen golpe de potencia durante unos segundos hasta que el ajo está completamente triturado. No quiero encontrarme tropezones.
Ahora viene el paso crucial, el que separa el éxito del desastre. Con la licuadora en marcha a velocidad media, empiezo a verter el aceite. La clave es hacerlo en un hilo muy fino y constante. Es casi como si estuviera dibujando con el aceite.
Al principio parece que no pasa nada, pero de repente, la mezcla empieza a cambiar. El ruido de la licuadora se vuelve más grave y ves cómo el líquido se transforma en una crema espesa y blanca. Es un momento casi mágico. Sigo añadiendo el aceite lentamente hasta que se acaba.
Una vez que tengo la emulsión, apago la licuadora. Exprimo el jugo de medio limón y lo añado a la mezcla. A veces también le pico un poco de perejil fresco, más por el color que por otra cosa. Le doy un par de toques cortos con la licuadora, solo para que se integre, y listo.
La vierto en un frasco de cristal y la guardo en la nevera. Se pondrá un poco más densa con el frío, adquiriendo la consistencia perfecta.
Consejos de mi cocina: errores y descubrimientos
La primera vez que la hice, por las prisas, eché la mitad del aceite de golpe. El resultado fue una sopa blanquecina y cortada que tuve que tirar. Aprendí la lección: la paciencia con el hilo de aceite no es negociable.
Si por alguna razón te queda demasiado espesa, puedes arreglarla. Solo tienes que añadir una cucharadita de agua fría o leche y mezclar con una cuchara suavemente hasta que tenga el punto que te gusta.
Para un sabor más sofisticado y suave, a veces aso los ajos antes. Los envuelvo en papel de aluminio con una gota de aceite y los meto en el horno hasta que están tiernos. El sabor del ajo asado es más dulce, acaramelado, y transforma el aderezo por completo.
También he experimentado con hierbas. El cilantro picado le da un toque increíble si la vas a usar para tacos o platos con inspiración mexicana. Y con un poco de eneldo se convierte en la compañera perfecta para un salmón a la plancha.
Un básico que ha cambiado mi cocina
Lo que empezó como un experimento rápido se ha convertido en un pilar en mi cocina. Esta salsa ha acompañado carnes a la parrilla, patatas asadas, ensaladas de pasta y hasta se ha convertido en el dip favorito para las noches de peli y verduras crudas.
Es sorprendente cómo algo tan sencillo, que está listo en lo que tardas en poner la mesa, puede elevar tanto un plato. Ya no veo las salsas como un extra, sino como una parte fundamental de la experiencia. Y esta, sin duda, se ha ganado un lugar permanente en mi nevera y en mi corazón.
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