Hay postres que preparas por costumbre y otros que nacen de un antojo tan fuerte que te obligan a entrar en la cocina. Este Bizcocho Tres Leches con Caramelo pertenece al segundo grupo. Nació una tarde de domingo, cuando la idea de un bizcocho jugoso no era suficiente y mi mente solo podía pensar en el sabor profundo y un poco amargo del caramelo casero.
Fue una de esas ideas que parecen un capricho, pero que terminan convirtiéndose en una receta estrella. La suavidad del bizcocho, empapado hasta la última miga en esa mezcla cremosa, y el golpe intenso del caramelo por encima… es una combinación que, una vez que la pruebas, no puedes olvidar.
No es un postre para todos los días, sino para esos momentos en los que quieres celebrar algo, o simplemente regalarte una experiencia dulce que se sienta como un abrazo. Te invito a que sigas mi viaje con esta receta, que es el resultado de varios intentos, algún que otro caramelo quemado y mucha paciencia.
Contenido
El tema de las calorías, sin dramas
Si te soy sincero, cuando empecé a perfeccionar este postre, lo último que se me pasó por la cabeza fue contar calorías. Estaba demasiado ocupado intentando que el caramelo no se me quemara y que el bizcocho quedara lo suficientemente esponjoso como para absorber toda la leche sin deshacerse.
La curiosidad me pudo un día, y haciendo un cálculo aproximado, me di cuenta de que una porción generosa puede rondar las 550-600 calorías. Es un postre contundente, no hay duda. Los lácteos y el azúcar hacen su trabajo.
He intentado hacer versiones más ligeras, reduciendo un poco el azúcar o usando leche semidesnatada, pero la magia se pierde un poco. Así que he llegado a una conclusión: este bizcocho es para disfrutarlo tal cual, de forma ocasional y consciente. Es un capricho, y como tal, hay que disfrutarlo sin culpa, saboreando cada bocado.
Ingredientes para esta aventura dulce
Lo bonito de esta receta es que sus ingredientes no son nada del otro mundo. Probablemente ya tengas la mayoría en tu despensa. Lo que sí te recomiendo es que uses ingredientes de buena calidad, porque se nota mucho en el resultado final.
Para el caramelo, esa capa dorada que lo cambia todo, solo necesitarás 100 gramos de azúcar, un par de cucharadas de agua, tres cucharadas de mantequilla sin sal y unos 60 ml de nata (crema para batir). La nata le da esa textura de salsa que buscamos.
El alma del postre, el bizcocho, lleva cuatro huevos grandes (si están a temperatura ambiente, mucho mejor), otros 100 gramos de azúcar, una pizca de sal para realzar sabores, una cucharadita de esencia de vainilla y 60 ml de aceite vegetal suave. Por último, unos 125 gramos de harina de trigo tamizada. Tamizarla es un pequeño gesto que marca la diferencia.
Y para el famoso baño, el corazón del Tres Leches, vamos a mezclar 360 ml de leche entera con unos 150 gramos de leche condensada y otros 60 ml de nata (crema para batir). Esta es la combinación mágica que le da su nombre y su increíble jugosidad.
Finalmente, para la cobertura, reservaremos unos 120 ml de nata para batir bien fría. El frío es el secreto para que monte perfectamente.
Manos a la obra: mi ritual en la cocina
Preparar este bizcocho es casi una terapia. Requiere tiempo y dedicación, pero el proceso es tan satisfactorio como el resultado. Yo suelo poner algo de música y me dejo llevar.
Lo primero, siempre, es el caramelo. Es la parte que más respeto me daba al principio. Pongo el azúcar y el agua en un cazo de fondo grueso a fuego medio-bajo. El truco que aprendí a las malas es no tocarlo. No metas una cuchara, no lo remuevas. Solo ladea el cazo suavemente si ves que se dora más por un lado. Cuando tiene ese color ámbar intenso, lo retiro del fuego y, con mucho cuidado, añado la mantequilla y luego la nata. La mezcla burbujea como un volcán, pero al remover se calma y se convierte en una salsa perfecta.
Mientras el caramelo se enfría, me pongo con el bizcocho. Este paso es crucial para la esponjosidad. Bato los huevos con el azúcar durante varios minutos, sin prisa, hasta que la mezcla triplica su volumen y se ve pálida y llena de aire. Luego, añado el aceite en un hilo fino y, al final, la harina tamizada, que integro con una espátula con movimientos envolventes, como si acariciara la masa. No hay que sobrebatir, o perderemos todo el aire que hemos conseguido.
Hornearlo no lleva más de 30 minutos. Sabrás que está listo cuando al pincharlo con un palillo, este sale limpio. El olor que inunda la cocina en este momento es simplemente espectacular.
El bautizo: el baño de las tres leches
Cuando el bizcocho está completamente frío, llega el momento más esperado. Lo coloco de nuevo en su molde y lo pincho por toda la superficie con un tenedor. Esto es como abrirle los poros para que beba mejor.
Preparo la mezcla de las tres leches, que es tan sencillo como removerlas bien en un recipiente. Y entonces, vierto el líquido lentamente sobre el bizcocho. Al principio parece demasiado, piensas que se va a ahogar. Pero poco a poco, lo va absorbiendo todo hasta la última gota. Es un proceso casi mágico.
Después de este baño, necesita un buen descanso en la nevera. Un par de horas como mínimo, aunque yo siempre lo dejo de un día para otro. La paciencia es el ingrediente secreto para que quede perfecto.
El toque final y algunos trucos que aprendí
Justo antes de servir, monto la nata bien fría hasta que forma picos firmes y la extiendo sobre el bizcocho. Encima, vierto la salsa de caramelo, que a estas alturas ya estará a temperatura ambiente.
Una vez me preguntaron si se podía congelar. Mi experiencia me dice que no es buena idea. La textura del bizcocho empapado cambia mucho al descongelarse y pierde toda su gracia. Es un postre para disfrutar fresco, en los 3 o 4 días siguientes a su preparación.
También he probado a darle un toque diferente alguna vez. Un chorrito de ron añejo en la mezcla de leches le da un punto adulto y sofisticado que funciona de maravilla en una cena. Y si un día no tienes tiempo para el caramelo, un buen dulce de leche puede hacer el apaño, aunque el sabor tostado del caramelo casero es, para mí, insustituible.
Este bizcocho es un testigo de celebraciones, de tardes de domingo y de antojos cumplidos. Cada vez que lo preparo, siento que estoy contando una historia, mi historia con él. Espero que te animes a crear la tuya.
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