Nunca fui una persona de gratines. Me sonaban a platos pesados, densos, de esos que te dejan sin ganas de moverte del sofá. Todo era queso y nata, y la verdura parecía una simple excusa.
Pero un día, con la nevera medio vacía y un brócoli pidiéndome atención, decidí darle una oportunidad. Tenía también unos tomates cherry a punto de arrugarse y un manojo de kale que había comprado en un arrebato de optimismo saludable.
No tenía un plan. Solo una sartén, el horno precalentado y la idea de que cualquier cosa caliente con queso derretido no podía salir del todo mal. Lo que salió de ese experimento improvisado cambió por completo mi forma de ver las verduras al horno.
Contenido
Un plato reconfortante sin remordimientos
Cuando empecé a interesarme un poco más por lo que comía, me di cuenta de que los gratines tradicionales podían ser auténticas bombas calóricas. Me obsesioné un poco con aligerar esta receta sin que perdiera su alma.
Tras varios intentos, llegué a una versión que me encanta. Ronda las 450 calorías por ración, una cifra que me parece más que razonable para un plato tan completo y saciante. No se trata de una comida «light» insípida, sino de encontrar un equilibrio.
El brócoli aporta fibra y vitaminas, el kale es un pozo de antioxidantes y los tomates le dan un toque de frescura. Es la prueba de que se puede disfrutar de algo cremoso y reconfortante sin sentir que has tirado por la borda una semana de buenas intenciones.
Lo que vamos a necesitar
Mi lista de la compra para esta receta no es nada del otro mundo. Se basa en ingredientes que casi siempre tengo a mano.
Necesitarás un brócoli grande. No te quedes corto, porque aunque parezca mucho, mengua un poco en el horno y siempre quieres más. Lo corto en arbolitos más bien pequeños para que se cocinen de manera uniforme.
Un buen manojo de kale joven. Si solo encuentras del normal, no pasa nada, pero quítale el tallo central, que es muy duro, y trocéalo bien. Unos 100 o 150 gramos serán suficientes.
Para la base del sofrito, una cebolla pequeña y unos cuantos dientes de ajo. Soy generoso con el ajo, uso hasta siete si son pequeños, porque su aroma al cocinarse es la base de todo.
Una docena de tomates cherry partidos por la mitad. Su dulzor y acidez al explotar en el horno son clave.
Y para la parte cremosa: una cucharada de mantequilla, una de harina normal y unos 150 ml de crema de leche o nata para cocinar. No he probado con bebidas vegetales, la verdad.
El toque final lo da el queso mozzarella rallado. La cantidad va al gusto, pero unos 100 gramos suelen ser perfectos para conseguir esa capa dorada y elástica.
Preparando la magia, paso a paso
Lo primero es encender el horno a 200°C. Me gusta que esté bien caliente cuando meto la fuente.
Mientras tanto, preparo el brócoli. Lo lavo y lo corto en floretes, rociándolos con un poco de aceite de oliva en un bol. Solo lo justo para que brillen un poco.
En una sartén grande que pueda ir al horno, caliento un poco más de aceite. Aquí empieza el juego de aromas. Primero la cebolla, a fuego medio, hasta que se pone transparente. Unos cinco minutos de paciencia.
Luego va el ajo. Un minuto, no más, solo hasta que empieza a oler. La primera vez que lo hice se me quemó y amargó todo el plato. Es una lección que no he olvidado.
Añado los tomates y el kale a la sartén. Remuevo un par de minutos. Verás cómo el kale pierde su rigidez y se rinde al calor, y los tomates empiezan a ablandarse.
Ahora viene el truco para la salsa. Aparto las verduras a un lado de la sartén y en el hueco que queda, derrito la mantequilla. Le echo la harina y remuevo rápido durante un minuto. Se forma una pasta, un «roux» improvisado.
Sin dejar de remover, voy vertiendo la nata poco a poco. Esto es importante para que no salgan grumos. En un par de minutos, tendrás una salsa suave y sin complicaciones. Un poco de sal y tomillo seco, y listo.
Es el momento de que el brócoli se una a la fiesta. Lo echo en la sartén y mezclo todo con cuidado, asegurándome de que cada arbolito se impregne bien de la salsa cremosa.
Finalmente, cubro todo con una buena capa de queso mozzarella rallado.
Veinticinco minutos para la felicidad
Meto la sartén en el horno. Si tu sartén no es apta, simplemente pasa todo a una fuente de cristal o cerámica.
El tiempo de horneado es de unos 20 a 25 minutos. Sabrás que está listo cuando el queso esté dorado y burbujeante, y el brócoli tierno pero todavía con un punto crujiente. Odio el brócoli sobrecocido y blando.
Cuando lo saco, el olor que inunda la cocina es increíble. Siempre lo dejo reposar unos cinco minutos fuera del horno, porque sale ardiendo.
Lo que he aprendido por el camino
Esta receta es muy flexible. Una vez, para darle un toque más profundo, añadí una pizca de nuez moscada a la salsa y fue un acierto total.
Si tienes champiñones por la nevera, laminados y salteados con la cebolla, le van de maravilla. También he probado a añadir tiritas de pimiento rojo para darle más color y dulzor.
Un amigo celíaco lo preparó usando harina de arroz para la salsa y me dijo que funcionó perfectamente.
Lo que sí fue un fracaso fue intentar sustituir la nata por yogur para hacerlo «súper sano». La salsa se cortó y la textura fue un desastre. Hay cosas con las que es mejor no experimentar.
A veces, si quiero un toque crujiente extra, espolvoreo un poco de pan rallado por encima del queso antes de hornear.
Este plato se ha convertido en un fijo en mi casa. Lo mismo me soluciona una cena rápida entre semana que sirve de acompañamiento perfecto para un pollo asado el domingo.
Es la prueba de que no se necesita una receta complicada ni ingredientes caros para crear algo que te haga sentir bien. Solo un poco de imaginación y las verduras que tengas a mano.
Si te gustó esta receta, aquí tienes otra que seguro te va a encantar
- El Rollo de Papa Relleno de Carne
- La salsa macha que me enseñó a respetar el aceite caliente
- Crema pastelera (varias recetas)