histats.com Cazuela de Carne Molida y Papas con Queso | Recetas Deliciosas

Cazuela de Carne Molida y Papas con Queso

Hay días, sobre todo esos grises y lluviosos, en que el cuerpo no pide ensaladas ni platos sofisticados. Pide algo que abrace desde dentro, una de esas comidas que te transportan directamente a un lugar seguro y feliz.

Para mí, esa comida es esta cazuela. No tiene un origen noble ni una historia milenaria, pero nació en mi cocina por pura necesidad de crear algo contundente, sabroso y que hiciera sonreír a todo el que la probara.

Es un plato sencillo, casi rústico, que no busca impresionar con técnicas complicadas, sino con la honestidad de sus sabores. Una base de carne jugosa, unas papas suaves que se deshacen en la boca y una capa generosa de queso dorado y burbujeante.

No es una receta para el día a día, sino para esos momentos en que necesitas un verdadero rescate culinario.

Una mirada honesta a las calorías

Voy a ser sincero. La primera vez que se me ocurrió medir el impacto de este plato, casi me caigo de la silla. La versión original, con toda la grasa de la carne y una cantidad indecente de queso, superaba fácilmente las 700 calorías por porción. Era una bomba deliciosa, pero una bomba al fin y al cabo.

Me obsesioné un poco con la idea de aligerarla sin sacrificar su esencia. Después de varias pruebas, descubrí que usando una carne molida más magra (un 90/10 funciona de maravilla) y siendo un poco más medido con la salsa de queso, podía dejarla en unas 550 calorías por ración. Sigue siendo un plato contundente, pero mucho más razonable.

En cuanto al tiempo, no te voy a engañar, requiere su dedicación. Desde que empiezas a picar la cebolla hasta que la sacas del horno, se te irá aproximadamente una hora y cuarto. Pero es un tiempo bien invertido, te lo aseguro. La mayor parte es de cocción pasiva, mientras la casa se inunda de un aroma increíble.

Lo que vamos a necesitar para este manjar

Lo bueno de esta receta es que no necesitas ingredientes exóticos. Son cosas que probablemente ya tienes en tu despensa o que encuentras en cualquier supermercado.

Para la base, uso unos 500 gramos de carne molida. A veces mezclo res y cerdo para darle más jugosidad, pero la de res sola funciona perfectamente. Lo importante es que sea de buena calidad.

Necesitarás también una cebolla pequeña, un par de pimientos (yo suelo usar rojo y verde para darle color) y un par de dientes de ajo. Estos son la santísima trinidad del sabor en mi cocina.

Para las papas, con unas cuatro o cinco medianas tendrás suficiente. No te compliques con la variedad; la que uses para hervir normalmente irá genial. La clave es que queden tiernas pero sin deshacerse.

Y ahora, el alma del plato: el queso. Para la salsa, me gusta usar una mezcla de leche entera con un toque de crema espesa (nata) para que quede más untuosa. El queso que elijas cambiará el resultado. Un buen cheddar le da un sabor potente, mientras que una mozzarella aporta esa elasticidad maravillosa. A veces mezclo ambos.

Para la cobertura final, no escatimes. Unas buenas rebanadas de queso que se derritan bien y un poco más de queso rallado por encima para que gratine y forme esa costra dorada que todos buscamos.

Manos a la obra: la preparación paso a paso

Aquí empieza la magia. Pongo una sartén grande al fuego con un chorrito de aceite de oliva. Lo primero siempre es la cebolla. Me encanta el sonido que hace al entrar en contacto con el calor. La dejo pochar sin prisa, hasta que se vuelve transparente y dulce.

Luego va la carne. La sazono directamente en la sartén con sal, pimienta, pimentón y orégano. El truco es ir rompiéndola con la cuchara de madera para que quede suelta y se dore de manera uniforme. Cuando ya no se ve rosada, añado los pimientos y el ajo.

Una vez que la carne está lista, la extiendo en el fondo de una fuente para horno. Es el cimiento sobre el que construiremos todo.

Mientras, las papas ya las he hervido y cortado en rodajas no muy finas. Las coloco sobre la carne, solapándolas un poco, como si fueran tejas en un tejado. Un poco de sal y pimienta por encima y listo.

La salsa de queso es mi parte favorita. Derrito un poco de mantequilla, añado harina y la cocino un minuto. Luego voy añadiendo la leche poco a poco, sin dejar de batir para que no se formen grumos. Cuando espesa, apago el fuego y añado el queso rallado. Ver cómo se funde y se convierte en una salsa cremosa y brillante es casi terapéutico.

Vierto esta salsa sobre las papas, asegurándome de que cada rincón quede cubierto. Luego coloco las rebanadas de queso y espolvoreo el extra de queso rallado. Ahora sí, está lista para el horno.

La horneo a 180°C durante unos 25-30 minutos. La señal de que está lista es inconfundible: la superficie está dorada, el queso burbujea alegremente y toda la cocina huele a gloria bendita.

Algunos trucos y variaciones que he descubierto

Con los años, he ido introduciendo pequeños cambios. Una vez, por accidente, le añadí una cucharadita de comino molido a la carne y el resultado fue espectacular. Le da una profundidad de sabor que ahora me parece indispensable.

Si quieres añadir más vegetales, unos guisantes congelados o un poco de maíz dulce en la mezcla de la carne funcionan muy bien y a los niños les encanta.

Un amigo me dio la idea de sustituir las papas por rodajas de batata (camote). El contraste del dulce con el salado del queso y la carne es una combinación sorprendente que te recomiendo probar si te sientes aventurero.

Y para un toque crujiente, a veces mezclo el queso rallado final con un poco de pan rallado y perejil picado. Esa costra extra es una delicia.

Un plato que es más que solo comida

Al final, cuando saco la cazuela del horno y la dejo reposar unos minutos sobre la encimera, siempre pienso lo mismo. He logrado reducir sus calorías y optimizar el tiempo, pero su esencia sigue intacta.

Esta receta ha evolucionado conmigo. Ha sido testigo de cenas improvisadas, de celebraciones familiares y de domingos perezosos.

Quizás eso es lo que la hace tan especial. No es solo un plato de carne y papas con queso. Es un trozo de mi historia, un refugio comestible que me recuerda que las mejores cosas de la vida suelen ser las más sencillas.

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