Hay domingos en los que la pereza gana la batalla en la cocina. Esos días en los que la idea de preparar algo complejo parece una montaña insuperable, pero el cuerpo pide algo más que una simple tostada.
Fue en uno de esos domingos cuando nacieron estos croissants. Tenía en la encimera una bolsa con un par de piezas del día anterior, compradas el sábado con toda la ilusión del mundo, pero que ahora se veían un poco tristes y habían perdido su crujido inicial.
Tirarlos era un crimen, pero comerlos tal cual no era una opción apetecible. Fue así, en un acto de pura rebeldía contra el desperdicio y a favor del capricho, como nacieron en mi cocina estos croissants rellenos, una receta que desde entonces se ha convertido en un ritual sagrado para los fines de semana lentos.
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Una mirada honesta a las calorías
Seamos sinceros, nadie prepara esto pensando en la dieta de verano. Es un plato para disfrutar, para darse un homenaje y para reconfortar el alma. La sinceridad es parte del disfrute, y por eso no me engaño.
Calculo que cada uno de estos pequeños placeres ronda las 450 calorías, dependiendo, claro está, del tamaño del croissant y de la generosidad con la que se rellene de queso. Es una cifra respetable, pero cada una de esas calorías merece la pena.
Alguna vez, en un ataque de sensatez, intenté hacer una versión más «ligera». Usé jamón de pavo y un queso bajo en grasa, y reduje la mantequilla a la mitad. El resultado es bueno, no me malinterpretes, y logras bajar unas 100 calorías, pero pierde parte de su alma.
Mi filosofía es simple: si vas a darte este capricho, hazlo bien. Disfrútalo sin culpa y luego, si quieres, compensa con una ensalada para cenar. El equilibrio es más divertido que la restricción.
Ingredientes para resucitar unos croissants
Lo maravilloso de esta idea es que no necesitas una lista de la compra exótica. Lo más probable es que ya tengas casi todo en tu nevera, esperando una oportunidad para brillar juntos.
Para unas seis unidades, que es una buena medida para compartir o para no dejar ni uno, vas a necesitar seis croissants. Como te decía, si son del día anterior, casi mejor. El horno les devolverá la vida de una forma espectacular.
Luego, el relleno. Unas seis lonchas de un buen jamón cocido son mi elección habitual. Que sea de calidad, jugoso. Aunque si un día te sientes aventurero, prueba con jamón serrano; el contraste salado es otro nivel.
El queso es el corazón de todo esto. Necesitas seis lonchas de un queso que funda bien y que tenga sabor. El Emmental o el Gruyère son mis favoritos por ese punto a nuez que tienen. Un cheddar suave también funciona de maravilla.
Y aquí viene mi pequeño secreto, el toque que eleva el resultado: dos cucharadas de mostaza de Dijon. No es negociable en mi casa. Aporta una chispa de acidez que corta la grasa y equilibra todo de una manera increíble.
Para el acabado final, el que le da ese aspecto de pastelería profesional, ten a mano un par de cucharadas de mantequilla derretida. Y si quieres ponerte decorativo, unas semillas de sésamo o amapola son un detalle perfecto.
Preparando la obra de arte (en 15 minutos)
La promesa de esta receta es la máxima recompensa por el mínimo esfuerzo, y te aseguro que se cumple. Todo el proceso no te llevará más de 15 minutos antes de que el horno haga el resto del trabajo.
Lo primero, siempre, es despertar al horno. Lo pongo a 190°C con calor arriba y abajo. Mientras coge temperatura, preparo una bandeja cubriéndola con una hoja de papel de hornear. Es un gesto simple que me ahorrará tener que fregar después.
Tomo los croissants uno a uno. Con un cuchillo de sierra, los abro por la mitad horizontalmente, pero con cuidado. Siempre dejo uno de los lados unido, como si fuera la bisagra de un libro. Así me aseguro de que el relleno no intente escapar durante el horneado.
Ahora viene la parte divertida. Abro cada croissant y pinto una de las caras internas con una capa fina de mostaza de Dijon. No hace falta mucha, solo lo suficiente para perfumar cada bocado.
Encima de la mostaza, coloco una loncha de jamón, a veces doblada sobre sí misma para que quepa perfectamente. Y sobre el jamón, la loncha de queso. Cierro el croissant con cuidado, como si estuviera arropando el relleno.
Una vez que tengo todos los croissants rellenos y colocados en la bandeja, derrito la mantequilla en el microondas. Con una brocha de cocina, los pinto generosamente por encima. No seas tímido, esta capa de mantequilla es la responsable del dorado y el crujiente final.
Si he decidido usar semillas, este es el momento de espolvorearlas por encima. Se pegarán a la mantequilla y le darán un toque visual y de textura muy agradable.
Y ya está. La bandeja va directa al horno durante unos 10 o 12 minutos. No hay un tiempo exacto, es más una cuestión de vigilancia. Sabrás que están listos cuando la cocina empiece a oler de maravilla, el queso esté burbujeando y asomando por los lados, y la superficie tenga un color dorado intenso.
Algunos trucos y experimentos personales
Con el tiempo, he ido jugando con esta base. La receta es tan noble que acepta casi cualquier variación que se te ocurra, y a veces los mejores descubrimientos surgen por accidente.
Una vez, con amigos en casa, uno de ellos sugirió añadir unas finas rodajas de tomate maduro dentro, justo encima del jamón. Al principio dudé, pensando que soltaría demasiada agua, pero estaba equivocado. Le dio un punto de frescura y jugosidad increíble.
En otra ocasión, para una cena un poco más especial, sustituí el jamón cocido por prosciutto italiano y añadí unas hojas de albahaca fresca antes de cerrar el croissant. El sabor se volvió mucho más complejo y sofisticado.
Si te gusta la combinación de dulce y salado, un hilo muy fino de miel por encima de la mantequilla, justo antes de hornear, es una auténtica locura. Eso sí, ten cuidado porque el azúcar de la miel hará que se dore mucho más rápido. Vigílalo bien.
Y así es como unos simples croissants, que estaban a punto de ser olvidados en un rincón de la cocina, se convierten en los protagonistas absolutos de un desayuno o una merienda de fin de semana. No es una receta gourmet, ni pretende serlo en absoluto.
Es comida de verdad, de esa que reconforta, que se prepara sin complicaciones y que te saca una sonrisa sin pedirte casi nada a cambio. Es la prueba definitiva de que, a veces, las mejores comidas no son las que se planean durante días, sino las que simplemente suceden, casi por improvisación, en una cocina perezosa de domingo.
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