No sé en qué momento exacto se me metió en la cabeza la idea de hacer estos conos en casa. Creo que fue después de verlos en el escaparate de una pastelería antigua en un viaje por el norte, brillando bajo la luz amarilla del local.
Parecían tan perfectos, tan delicados, que me sentí retado. Pensé: «Esto no puede ser tan difícil». Qué equivocado estaba. Mi primer intento fue, para ser sinceros, un desastre cómico que prefiero olvidar.
Pero soy terco. Y después de varios intentos, de aprender a la fuerza y de ensuciar la cocina más veces de las que me gustaría admitir, por fin lo conseguí. Esta no es la receta de esa pastelería, es la mía. Es el resultado de prueba y error, y por eso me gusta todavía más.
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Sobre las calorías y el placer de no contarlas (a veces)
Cuando empecé a hacer esta receta, la última de mis preocupaciones era su valor nutricional. Solo quería que supiera bien y que no se me quemara el hojaldre, lo cual ya era un gran logro para mí.
Con el tiempo, y por pura curiosidad, calculé que cada uno de estos conos, con su generoso relleno, rondaba las 380 calorías. No es precisamente un postre ligero, y no pretende serlo. Es un capricho en toda regla.
He intentado hacer versiones más «light», usando edulcorantes o reduciendo la nata, pero el resultado nunca fue el mismo. Así que llegué a una conclusión: hay recetas que no se deben tocar. Esta es una de ellas. Se disfruta tal cual, con todo su esplendor y sus calorías. Es un postre para una ocasión especial, para celebrar algo o, simplemente, porque te lo mereces.
Ingredientes que vamos a necesitar
La lista de la compra para esta aventura no es demasiado complicada, pero la calidad de algunos ingredientes marca una diferencia abismal. Esto es lo que yo uso después de haber experimentado bastante.
Para la crema, que es el alma de la fiesta, uso tres yemas de huevo grande. Si son pequeños, a veces pongo cuatro. El color de la yema le da vida a la crema. También unos 30 gramos de harina de trigo normal, sin más misterio.
El azúcar, unos 100 gramos. He probado con azúcar moreno y no queda mal, pero el blanco granulado le da el sabor clásico. Y, por favor, una cucharadita de extracto de vainilla bueno. La vainilla barata con regusto a químico puede arruinarlo todo. Por último, 230 ml de leche entera; la cremosidad que aporta no la consigues con la desnatada.
Para el relleno y la estructura, necesitaremos unos 200 gramos de nata para montar con un mínimo de 35% de materia grasa. Tiene que estar muy, muy fría para que monte bien. Y, por supuesto, una lámina de hojaldre rectangular. Yo compro el refrigerado, el que viene ya listo para usar. Es mi pequeño atajo y no me avergüenza.
Para el acabado, un huevo batido para darle ese brillo dorado y profesional, y una nube de azúcar glas al final. No te olvides de los moldes cónicos de acero, fueron mi mejor inversión después de intentar hacerlos con papel de aluminio y casi provocar un incendio.
La preparación, o mi terapia en la cocina
Preparar estos conos se ha convertido en una especie de ritual. Me pongo música y me olvido del mundo. Dedico unos 45 minutos en total, sin contar los tiempos de enfriado, que son sagrados.
Lo primero siempre es la crema pastelera. En un bol, bato las yemas con el azúcar y la vainilla hasta que la mezcla se vuelve pálida y esponjosa. Es un buen ejercicio de brazo si no tienes varillas eléctricas.
Mientras tanto, caliento la leche. Cuando está caliente pero sin hervir, la voy añadiendo muy poco a poco a las yemas, sin dejar de batir. Este paso, el de atemperar, es crucial. La primera vez lo eché todo de golpe y acabé con unos huevos revueltos dulces muy extraños.
Después, añado la harina tamizada de una vez y mezclo bien. Llevo toda la mezcla a una cacerola a fuego bajo. Aquí empieza el trabajo de paciencia: remover constantemente, rascando el fondo, durante unos 5 o 7 minutos. Sabrás que está lista cuando espese como un pudin. La retiro del fuego y la paso a un bol limpio, tapándola con film tocando la superficie para que no cree esa odiosa costra. La dejo enfriar y luego a la nevera un par de horas como mínimo.
Cuando la crema está helada, llega el momento de la nata montada. Con la nata bien fría, la bato hasta que forma picos firmes. Luego, la integro con la crema pastelera con movimientos suaves y envolventes. Quiero que quede aireada, no un mazacote. Esta mezcla, que los finos llaman «crema diplomática», es una maravilla.
Ahora, el hojaldre. Precaliento el horno a 200°C. Corto la lámina de hojaldre en unas 12 tiras de unos 2 cm de ancho. Enrollo cada tira en los conos metálicos, empezando por la punta y solapando un poco la masa en cada vuelta. Coloco el final de la tira hacia abajo en la bandeja para que no se rebele y se abra.
Los pinto con huevo batido y los horneo unos 15 o 20 minutos. Tienen que quedar dorados e inflados. Nada más sacarlos, y con mucho cuidado de no quemarme, retiro los moldes. Los dejo enfriar por completo en una rejilla.
El final es la parte más satisfactoria. Relleno cada cono con la crema usando una manga pastelera. Soy generoso, que para eso son caseros. Justo antes de llevarlos a la mesa, los espolvoreo con azúcar glas. Ver la cara de la gente al morderlos es la mejor recompensa.
Algunos trucos que aprendí a base de errores
No te voy a dar una lista de consejos como si fuera un manual de instrucciones. Te voy a contar lo que he aprendido en mis batallas en la cocina.
Una vez, por las prisas, rellené los conos cuando aún estaban tibios. Gran error. El hojaldre se ablandó y la crema empezó a derretirse. Ahora espero a que estén completamente fríos, a temperatura ambiente. La paciencia es tu mejor aliada.
También descubrí que estos conos están mucho más crujientes el mismo día que se hornean. Si los guardas para el día siguiente, pierden parte de su magia. Si tienes que hacerlo, guárdalos sin rellenar en un recipiente hermético.
Y sobre el relleno, a veces, si me siento creativo, añado un poco de ralladura de limón a la crema pastelera justo cuando la retiro del fuego. Le da un toque cítrico y fresco que contrasta genial con el dulce.
Mi último descubrimiento fue un accidente. Se me cayeron unas almendras laminadas tostadas sobre un cono recién rellenado y ¡qué maravilla! Ahora, a veces, baño la punta en chocolate derretido y luego en almendras. Sube las calorías, sí, pero también el nivel de felicidad.
El final de la historia, por ahora
Cada vez que hago estos conos, me acuerdo de mi primer intento desastroso y sonrío. Esta receta me ha enseñado que en la cocina, como en la vida, los errores son solo parte del camino para llegar a algo que realmente vale la pena.
No es solo un postre. Para mí, es el recuerdo de un viaje, la prueba de mi cabezonería y la excusa perfecta para reunir a la gente que quiero alrededor de una mesa. Y ver cómo desaparecen en minutos es, sin duda, el mejor de los cumplidos.
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