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FLAN DE QUESO CREMA

Siempre he sido una persona de tradiciones, sobre todo en la cocina. El flan de mi infancia era el de toda la vida, esa receta de mi abuela que sabía a gloria y que solo llevaba huevos, leche y un caramelo que perfumaba toda la casa. Era perfecto, o eso creía yo.

Un domingo, en casa de unos amigos, me sirvieron un postre que llamaron flan. Pero al probarlo, algo era diferente. Era increíblemente sedoso, más denso, con un toque que no lograba descifrar. «¿Qué lleva?», pregunté con la boca llena. La respuesta me dejó helada: «Queso crema».

Al principio, la idea me pareció casi un sacrilegio. ¿Queso en un flan? Pero mi paladar no mentía. Aquella versión había superado al clásico. Ese día, sin saberlo, empecé una nueva tradición para mis domingos.

Hablemos de las calorías (sin miedo)

No voy a mentir, este no es un postre para contar calorías. La primera vez que me dio por calcular su valor nutricional, casi me caigo de la silla. La combinación de leche condensada y queso crema lo convierte en una pequeña bomba de sabor, y sí, también de energía.

Pero con el tiempo aprendí a verlo de otra manera. No es un postre para todos los días, sino un capricho que vale cada una de sus aproximadamente 450 calorías por porción. Es tan rico y saciante que una pequeña porción es más que suficiente para sentirse en el cielo.

He intentado versiones más ligeras, reduciendo azúcar o usando queso bajo en grasa. El resultado es bueno, pero si quieres la experiencia auténtica, te recomiendo que por un día te olvides de los números y simplemente disfrutes. La vida también se trata de eso.

Los ingredientes para nuestra misión cremosa

Lo maravilloso de este flan es que, a pesar de su sabor sofisticado, los ingredientes son bastante sencillos. El secreto no está en la cantidad, sino en la calidad y en pequeños detalles que marcan la diferencia.

Para el caramelo, la cosa es simple: solo azúcar y un chorrito de agua. Nada más. Es el primer paso y, para mí, el más tenso. Aquí es donde se define si empezamos con buen pie o si toca limpiar una olla quemada.

Para la mezcla del flan, necesitamos la santísima trinidad de la cremosidad: una lata de leche condensada, una de leche evaporada y, por supuesto, el protagonista: un paquete de queso crema. Es crucial que el queso esté a temperatura ambiente. Créeme, una vez lo usé frío y me pasé diez minutos luchando contra los grumos.

A esto le sumamos cuatro huevos grandes, que le darán la estructura, una buena cucharada de extracto de vainilla (si tienes vaina natural, ya sería otro nivel) y una pizca de sal, que parece insignificante pero realza todos los sabores.

La preparación, paso a paso y con paciencia

Aquí es donde empieza la magia. Preparar este flan es un ritual que me relaja. Me pongo algo de música y me olvido del mundo por una hora. Bueno, una hora de preparación, porque la espera es otra historia.

Empezamos con el caramelo. Pongo el azúcar y el agua en una cacerola a fuego medio y no lo toco. Solo muevo la cacerola en círculos suavemente. Hay que vigilarlo como si fuera un bebé, esperando que tome ese color ámbar dorado. La primera vez lo quemé, y el sabor amargo me enseñó a no distraerme nunca más en este paso.

Mientras el caramelo se enfría en el molde, preparo la mezcla. Echo todo en la licuadora: las leches, el queso crema blandito, los huevos, la vainilla y la sal. Lo licúo solo hasta que esté homogéneo. Un exceso de batido introduce aire y puede dejar el flan con agujeritos, y queremos una textura lisa, como el terciopelo.

El horneado es a baño María, que es como un spa para nuestro flan. Este método asegura una cocción lenta y uniforme, evitando que se seque. Tras unos 50 o 60 minutos en el horno, cuando el centro tiembla ligeramente pero no está líquido, está listo.

Algunos secretos y experimentos personales

Con los años, he ido añadiendo mis propios toques. A veces, la vida necesita un poco de variedad, ¿no?

Una vez, por pura curiosidad, le añadí la ralladura de la piel de un limón a la mezcla. El resultado fue espectacular, un toque cítrico y fresco que corta un poco el dulzor y lo hace aún más interesante.

Un amigo que es fanático del café me sugirió disolver una cucharadita de café soluble en la leche evaporada tibia. El flan de «queso-café» se convirtió en su favorito y es una opción increíble para los amantes de este sabor.

También he probado a hacerlo en moldes individuales. Tardan menos en hornearse, unos 35-40 minutos, y la presentación es muy elegante para una cena con invitados.

El momento de la verdad: desmoldar y servir

Después de hornearlo, viene la parte más difícil de todas: la espera. Hay que dejarlo enfriar por completo y luego refrigerarlo por lo menos cuatro horas, aunque yo siempre lo dejo toda la noche. Esta paciencia es la clave para que esté firme y perfecto.

El momento de desmoldarlo siempre tiene un punto de drama. Paso un cuchillo fino por los bordes, pongo un plato encima, respiro hondo y, con un movimiento rápido y decidido, le doy la vuelta. Escuchar el suave «plop» del flan al caer y ver el caramelo líquido bañar sus lados es una de las mayores satisfacciones que existen en la cocina.

Este flan ya no es solo una receta para mí. Es el sabor de los domingos por la tarde, de las comidas sin prisa, de compartir algo hecho con cariño. Es la prueba de que, a veces, traicionar una vieja tradición puede llevarte a descubrir una nueva y maravillosa.

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