Hay tardes, sobre todo cuando el día se acorta y refresca, en las que el cuerpo me pide a gritos algo dulce. No un dulce cualquiera, procesado y lleno de azúcares que no reconozco, sino algo reconfortante, casero.
Fue en una de esas tardes que nació esta receta. Tenía unas manzanas en el frutero pidiendo atención y una rama de canela solitaria en la despensa. No quería complicarme, pero el antojo era real.
Así que me puse a experimentar, sin más pretensión que calmar mis ganas de dulce. El resultado fue tan sorprendente que se ha convertido en un básico en mi nevera, mi pequeño tesoro para esos momentos.
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Hablemos de las calorías (sin miedo)
Cuando empecé a interesarme un poco más por lo que comía, me llevé las manos a la cabeza al ver la cantidad de azúcar que llevan las mermeladas comerciales. Una sola cucharada podía disparar los niveles de azúcar de una forma que no me gustaba nada.
Mi gran sorpresa con esta versión fue descubrir lo increíblemente ligera que es. Al no llevar nada de azúcar añadido, su dulzura proviene exclusivamente de la fruta. Calculé por curiosidad que una cucharada generosa apenas ronda las 40 o 45 calorías.
Esto lo cambió todo. Pasó de ser un capricho ocasional a un complemento que puedo añadir a mi yogur o a mis tostadas de la mañana sin ningún tipo de remordimiento. Es la prueba de que cuidarse no significa renunciar al sabor.
Lo que vamos a necesitar
La lista de la compra para esta maravilla es engañosamente sencilla, y esa es parte de su magia. No necesitas ingredientes extraños ni aditivos. La naturaleza hace casi todo el trabajo.
Para un buen tarro, de esos que te alegran la semana, yo suelo usar un kilo de manzanas. Mis favoritas son las Fuji o las Royal Gala, porque son muy dulces y jugosas, lo que nos viene genial al no usar azúcar. Pero en realidad, las que tengas por casa funcionarán.
También necesitarás dos ramas de canela. No uses canela en polvo, la rama infusiona el sabor de una manera mucho más profunda y limpia. Y por último, el zumo de un limón recién exprimido, que es nuestro conservante y espesante natural. Unos 250 ml de agua completan la lista.
Manos a la obra: la preparación
Aquí empieza la parte más terapéutica. Pongo algo de música y me olvido del mundo. Lo primero es preparar las manzanas. Las lavo bien, les quito la piel y el corazón. A veces, si la piel es fina y ecológica, dejo un poco, le da un toque rústico.
Luego las corto en trozos. No te preocupes por que sean perfectos; se van a deshacer. Los pongo en una olla, mejor si es de fondo grueso para que no se pegue, y añado el zumo de limón, el agua y las dos ramas de canela.
Llevo la olla a fuego medio y empieza el espectáculo. El aroma que inunda la cocina en este punto es increíble, una mezcla de manzana asada y canela que huele a hogar. Remuevo de vez en cuando, con calma.
En unos 30 o 40 minutos, las manzanas estarán tan blandas que se desharán solas al tocarlas. Ese es el momento de retirar la olla del fuego. Con mucho cuidado, pesco las ramas de canela y las saco. Ya han cumplido su misión.
Ahora viene una decisión personal: la textura. Con una batidora de mano, trituro la mezcla directamente en la olla. A veces la dejo súper fina y suave, como una crema. Otras, le doy solo unos toques para que queden trocitos de fruta.
Una vez triturada, la devuelvo al fuego, esta vez muy bajo, unos 10 minutos más. Este paso es mi truco para que espese un poco más y los sabores se asienten. Una vez, por las prisas, me lo salté y quedó demasiado líquida. ¡No cometas mi error!
Mientras tanto, preparo los tarros de cristal, bien limpios y secos. Vierto la mermelada caliente con cuidado, los cierro bien y los dejo enfriar boca abajo sobre un paño. Una vez fríos, a la nevera.
Mis pequeños secretos y variaciones
Con el tiempo, he ido jugando con la receta. No soy de seguir las normas al pie de la letra, y en la cocina es donde más me gusta experimentar.
Un día, por pura curiosidad, le añadí un trocito de jengibre fresco rallado junto a la canela. Lo retiré antes de triturar, y el toque picante y fresco que le dio fue un descubrimiento.
Otra vez, para una cena con amigos, le puse una pizca de nuez moscada y clavo molido. La convirtió en una mermelada con un aire mucho más festivo, casi navideño. Fue un éxito rotundo acompañando una tabla de quesos.
Si te apetece un sabor más avainillado, un chorrito de extracto de vainilla justo al final, después de apagar el fuego, le da un perfume delicioso. Cada pequeña variación cuenta una historia diferente.
¿Y si no espesa lo suficiente?
Me ha pasado alguna vez, sobre todo si las manzanas que uso tienen demasiada agua. Que no cunda el pánico. El truco está en tener paciencia.
Simplemente, déjala cocinar a fuego lento unos minutos más de los que indico en la receta. Sin tapar la olla, para que el exceso de agua se evapore. Hay que remover constantemente para que no se pegue al fondo, eso sí.
El limón ya aporta pectina, que es el espesante natural, pero el punto final de cocción es clave para lograr la consistencia perfecta.
Al final, esta mermelada no es solo una receta. Es la prueba de que con muy poco se puede hacer algo delicioso y honesto. Es mi forma de convertir una tarde cualquiera en un momento especial, un pequeño lujo saludable que me recuerda que cocinar, en el fondo, es una forma de cuidarse.
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