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Pan en 20 minutos: la receta perfecta para quienes tienen prisa

Hay días en que todo parece ir a la velocidad de la luz. Llegas a casa tarde, con el tiempo justo para cenar, abres la despensa y te das cuenta del drama: no queda pan. El silencio que se produce en ese momento, solo roto por el sonido de tu estómago, es casi cómico. Me ha pasado más veces de las que me gustaría admitir.

La primera vez que me vi en esa situación, entré en un pequeño pánico. ¿Pedir comida? ¿Bajar al supermercado corriendo? Entonces recordé una receta que había visto de reojo en un viejo cuaderno de mi madre, una anotación casi ilegible que prometía «pan en un momento».

Con más escepticismo que fe, decidí probar. Y cuál fue mi sorpresa cuando, veinte minutos más tarde, estaba sacando del horno una hogaza humeante, imperfecta y absolutamente maravillosa. No es un pan de panadería artesanal, de esos con una corteza que cruje y una miga llena de agujeros. Es algo mucho más honesto: una solución, un abrazo en forma de carbohidrato, un pequeño milagro casero.

Un capricho sin demasiadas culpas

Cuando empecé a prestar más atención a lo que comía, una de las primeras cosas que hice fue mirar las etiquetas del pan de molde comercial. La cantidad de azúcares, conservantes y grasas que no sabía ni pronunciar me dejó helado. Fue entonces cuando valoré todavía más esta receta.

Nunca me he puesto a contar las calorías de forma obsesiva, pero me da tranquilidad saber exactamente lo que lleva este pan. Son ingredientes básicos, limpios. Calculo que una porción generosa, un buen trozo para acompañar la cena, no debe superar las 250 o 300 calorías.

Lo mejor es que, al usar aceite de oliva y no mantequillas industriales o grasas extrañas, se siente ligero. Es una forma de disfrutar del placer de mojar pan en la salsa sin sentir que estás cometiendo un gran pecado nutricional. Es simplemente comida de verdad, hecha en casa.

Lo que vamos a necesitar

La lista de ingredientes es tan corta que casi da risa. Lo más probable es que ya tengas todo lo necesario en tu cocina, esperando a convertirse en algo delicioso. No necesitas planificar una gran compra para esto.

Para una hogaza pequeña, perfecta para dos o tres personas, yo uso esto:

Dos tazas de harina de trigo, la más común que encuentres. No te compliques la vida buscando harinas de fuerza ni nada por el estilo, no es necesario para este tipo de pan.

Aquí viene la magia: una cucharada de polvo para hornear. Este es nuestro atajo, el ingrediente secreto que nos permite saltarnos horas y horas de fermentación. Es el responsable de que el pan suba y quede tierno.

Media cucharadita de sal, simplemente para que el pan tenga algo de gracia y no quede insípido.

Tres cuartos de taza de leche. Yo casi siempre utilizo leche entera porque me da la sensación de que la miga queda un poco más suave y rica, pero he de confesar que cuando solo he tenido semidesnatada, el resultado ha sido prácticamente el mismo. Usa la que tengas a mano.

Y finalmente, tres cucharadas de un buen aceite de oliva. Le da un sabor rústico y mediterráneo que me encanta. Alguna vez, por cambiar, he probado a ponerle mantequilla derretida en la misma cantidad y el resultado es diferente, más parecido a un biscuit o un panecillo inglés, también espectacular.

Manos a la masa: la preparación en un suspiro

Preparar este pan es casi más rápido que explicarlo. Es un proceso que fluye sin complicaciones, casi intuitivo.

Lo primero que hago, antes incluso de coger el bol, es encender el horno a 200 grados centígrados. Mientras va cogiendo esa temperatura, que suele tardar unos minutos, yo ya tengo la masa lista.

En un recipiente grande, echo los ingredientes secos: la harina, el polvo de hornear y la sal. Con una cuchara o unas varillas, les doy una vuelta rápida, solo para que se mezclen bien y no me encuentre luego un trozo de pan más salado que otro.

Acto seguido, vierto los líquidos directamente sobre la mezcla de harina. La leche y el aceite de oliva, para adentro. Con una espátula o la misma cuchara, empiezo a unirlo todo. No hay que amasar, y esto es importante. Simplemente integro los ingredientes hasta que no vea harina suelta. Si se trabaja demasiado la masa, corremos el riesgo de que el pan quede duro, y eso es justo lo que queremos evitar.

La masa resultante es suave, un poco pegajosa pero muy fácil de manejar. La vuelco sobre la encimera, a la que le he puesto un poquito de harina para que no se pegue, y con las manos le doy una forma redondeada y algo aplanada, como si fuera una torta gordita. Sin perfeccionismos, el encanto de este pan está en su aspecto rústico.

La coloco sobre una bandeja de horno, a la que siempre le pongo un trozo de papel vegetal por comodidad, y la meto en el horno ya caliente.

Y ahora, la mejor parte. En unos 12 o 15 minutos, el pan está listo. Sabrás que ha llegado el momento porque la cocina entera empezará a oler de maravilla y la superficie tendrá un color dorado precioso. Un truco infalible es sacarlo con cuidado y darle un golpecito en la base: si suena a hueco, está perfectamente cocido por dentro.

Lo dejo enfriar unos minutos sobre una rejilla antes de cortarlo, más que nada para no quemarme los dedos por la impaciencia.

Algunos experimentos que han salido bien

Aunque la versión básica es mi favorita por su versatilidad, este pan es como un lienzo en blanco que invita a jugar. La mayoría de las veces lo hago así, con su sabor neutro, porque funciona para todo: para mojar en una sopa de lentejas, para prepararme una tostada con aguacate por la mañana o para acompañar un trozo de queso.

Pero hay días en los que me siento creativo. Una vez, se me ocurrió añadir a la masa un puñado de queso parmesano rallado y el resultado fue tan bueno que casi lloro de la emoción. El queso se funde y crea pequeñas vetas saladas y deliciosas.

Otra vez, inspirándome en un pan de campo, le añadí una cucharadita de romero seco. El aroma que desprendió en el horno era increíble y le dio un toque muy especial, perfecto para acompañar carnes o un buen guiso.

También puedes añadirle ajo en polvo si vas a servirlo con un plato de pasta, o incluso espolvorear por encima unas semillas de sésamo o de amapola justo antes de hornearlo. Fue un accidente, se me cayó un bote de semillas cerca, pero el toque crujiente que le aportaron me gustó tanto que ahora lo hago a propósito de vez en cuando.

Este pan ha evolucionado conmigo y con lo que he tenido en la nevera en cada momento. Ha sido testigo de cenas improvisadas, desayunos solitarios y comidas familiares. Quizás por eso me gusta tanto. No es solo una receta, es un recurso, un pequeño truco que me hace la vida un poco más fácil y, sin duda, mucho más sabrosa.

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