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Pastel de Frutas Casero: Un Clásico Irresistible para Toda la Familia

En mi casa, la llegada del frío siempre traía consigo el olor inconfundible del bizcocho de frutas de mi abuela. Para ser sincero, durante años no fui su mayor fan. Me parecía un postre denso, un poco tosco, lleno de esas frutas confitadas de colores casi fosforescentes que nunca entendí.

Para mí era el postre de las obligaciones, el que se comía por cortesía en las reuniones familiares. Pero un día, ordenando un viejo cajón, encontré su receta escrita a mano en una tarjeta amarillenta. La leí y sentí una extraña nostalgia.

Decidí darle una segunda oportunidad, pero a mi manera. Quería entender qué había detrás de ese postre y ver si podía convertirlo en algo que yo realmente quisiera comer, no solo por recordar a mi abuela, sino por puro placer. Y así empezó mi aventura para reinventar su bizcocho.

Un vistazo a las calorías y por qué no me obsesionan

Cuando me puse a analizar la receta original, me di cuenta de que era una auténtica bomba de energía. Las cantidades de mantequilla y azúcar eran enormes, algo muy normal en la repostería de antes, donde nadie se paraba a pensar en las calorías.

Mi primer instinto fue reducir todo a la mitad. El resultado fue un bizcocho triste, seco y sin alma. Aprendí la lección: hay recetas que no se pueden poner a dieta de forma drástica. Así que busqué un equilibrio más inteligente.

Mi versión actual, después de muchas pruebas, ronda las 350-380 calorías por una porción generosa. No es un postre para todos los días, claro está, pero para un momento especial, cada una de esas calorías vale la pena. Es el combustible perfecto para una tarde de lluvia o para compartir después de una buena comida.

Lo que vamos a necesitar para mi versión

Aquí es donde empecé a tomarme libertades creativas. La base es similar a la de mi abuela, pero los protagonistas han cambiado por completo. Olvídate de las frutas confitadas de supermercado.

Necesitarás harina de trigo normal, la que tengas en casa funciona bien. También un poco de azúcar moreno, que le da una humedad y un sabor a caramelo que el azúcar blanco no consigue. Y por supuesto, mantequilla. Usa mantequilla de verdad, no margarina; la diferencia en el sabor es abismal.

El gran cambio está en la fruta. Yo uso una mezcla de higos secos, orejones de albaricoque y pasas sultanas. Los compro enteros y los pico en casa. Esto marca toda la diferencia. Y en lugar de leche, uso zumo de naranja recién exprimido, que le da un toque de acidez y frescura increíble.

Y para el toque crujiente, un buen puñado de nueces pecanas. Las nueces de Castilla de mi abuela eran geniales, pero las pecanas tienen un punto más dulce y mantecoso que me encanta.

Preparando el bizcocho, paso a paso y con calma

Hacer este bizcocho es casi un ritual para mí. Lo primero es poner el horno a calentar a unos 175°C y preparar el molde, untándolo bien con mantequilla y un poco de harina. Es un paso simple que te ahorra muchos disgustos después.

En un bol grande, mezclo los ingredientes secos: la harina, el polvo de hornear, una pizca de bicarbonato, la sal y, por supuesto, la canela. Me gusta pasar todo por un tamiz para que quede más aireado.

Aparte, bato la mantequilla derretida con el azúcar moreno. Luego añado los huevos, uno a uno, sin prisas. Y finalmente, el zumo de naranja y un chorrito de extracto de vainilla. El aroma que se forma en este momento ya te anuncia que algo bueno está por venir.

Ahora uno las dos mezclas, con movimientos suaves, solo hasta que se integren. Un error que cometí muchas veces al principio fue batir demasiado la masa. El resultado era un bizcocho duro, como un ladrillo. Hay que tratar la masa con cariño.

Y llega mi parte favorita: añadir las frutas y las nueces. Un truco que aprendí por las malas es pasar las frutas por una cucharada de harina antes de echarlas a la masa. Así evitas que se vayan todas al fondo durante el horneado.

Vierto la mezcla en el molde y la aliso un poco. El tiempo de cocción es de unos 50 o 55 minutos. Es la excusa perfecta para prepararme un café y disfrutar del olor que empieza a inundar toda la casa. Sabrás que está listo cuando al pincharlo con un palillo, este salga limpio.

Algunos secretos que he descubierto por el camino

Con el tiempo, he ido añadiendo pequeños toques personales. A veces, si el bizcocho es para una celebración entre adultos, dejo las frutas secas macerando en un poco de ron oscuro durante la noche anterior. El sabor que adquiere es espectacular.

También he probado a añadir otras especias, como un poco de nuez moscada o cardamomo, pero siempre vuelvo a la canela sola. Creo que su simplicidad es lo que mejor funciona con el resto de los sabores.

Si no tienes nueces pecanas, las almendras fileteadas o las avellanas también quedan muy bien. La receta es flexible, te invita a experimentar. Lo importante es mantener la proporción entre los ingredientes secos y húmedos.

Y un consejo sobre el tiempo: este bizcocho está mucho mejor al día siguiente. Los sabores se asientan, la humedad se distribuye y la textura se vuelve perfecta. Si puedes resistir la tentación, claro.

Un bizcocho que cuenta una historia

Al final, este bizcocho se ha convertido en mucho más que un postre para mí. Es una conexión con mi pasado, pero adaptada a mi presente. Cada vez que lo horneo, pienso en mi abuela, pero también en el camino que he recorrido en la cocina para hacerlo mío.

Me gusta pensar que a ella le encantaría esta versión. O quizás me diría, con su sonrisa pícara, que le he puesto «demasiadas modernidades».

Lo que sé es que este bizcocho ya no es una obligación, sino una de mis recetas favoritas. Es la prueba de que la comida no es solo una lista de ingredientes, sino un cúmulo de recuerdos, experimentos y mucho, mucho cariño. Y eso es algo que ningún libro de recetas puede enseñar.

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