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Pastel de Manzana y Avena Saludable

Hubo una época en la que la palabra «postre» y «culpa» iban de la mano para mí. Cada vez que me apetecía algo dulce, la vocecita de la conciencia aparecía para recordarme el azúcar, las harinas y todo lo demás. Estaba a punto de rendirme y aceptar una vida sin bizcochos caseros.

Todo cambió una tarde de domingo, con un par de manzanas que me miraban con tristeza desde el frutero y un paquete de avena a medio usar. No tenía un plan, solo ganas de experimentar. Pensé, ¿qué es lo peor que puede pasar?

El resultado fue algo tan inesperado como maravilloso. Un pastel húmedo, con el aroma reconfortante de la canela y la manzana, que no solo estaba delicioso, sino que me hacía sentir bien. Este no es solo un pastel, es la prueba de que se puede disfrutar sin remordimientos.

La sorpresa de las calorías y el tiempo

Cuando empecé a interesarme un poco más por lo que comía, me llevé las manos a la cabeza con las calorías de los postres tradicionales. Un trozo de cualquier tarta comercial podía superar las 500 calorías fácilmente. Mi primer objetivo con esta receta fue, por tanto, mantener el sabor pero aligerar la carga.

Después de varias pruebas, ajustando cantidades, logré una versión que me enamoró. Cada porción generosa de este pastel ronda las 280 calorías. Fue un verdadero descubrimiento ver que no necesitaba sacrificar el placer para cuidarme.

Y el tiempo… al principio, como con todo lo nuevo, tardaba un poco más. Ahora, lo preparo casi con los ojos cerrados. El proceso completo, desde que saco el primer bol hasta que la mezcla está en el horno, no me lleva más de 15 minutos. Luego, el horno hace su magia durante media hora, tiempo que aprovecho para recoger la cocina o simplemente relajarme con el olor que inunda la casa.

Lo que vamos a necesitar

La lista de la compra para esta receta es de lo más sencilla. No necesitas ingredientes extraños ni tienes que visitar tiendas especializadas. Probablemente, como me pasó a mí, ya tengas casi todo en tu despensa.

Para empezar, la base de todo: dos tazas de avena. Yo uso la de hojuelas de toda la vida y la muelo en la licuadora hasta que tiene una textura de harina. Es un truco que ahorra dinero y funciona a la perfección.

Necesitarás también una cucharadita de polvo para hornear, para que suba y quede esponjoso, y media cucharadita de canela en polvo. Yo a veces me paso un poco con la canela porque me encanta ese toque cálido que le da. Y, por supuesto, una pizca de sal, ese pequeño detalle que siempre realza los sabores dulces.

En otro bol, preparo los ingredientes húmedos. Dos huevos grandes, que si están a temperatura ambiente parece que funcionan mejor, aunque tampoco he notado un drama si los saco directos de la nevera.

Para endulzar, uso media taza de miel. He probado con sirope de agave y también con panela rallada, y el resultado es igual de bueno. Usa lo que más te guste o lo que tengas a mano.

Un tercio de taza de aceite de coco derretido le da una jugosidad increíble. Alguna vez, por falta de aceite de coco, he usado mantequilla derretida y, aunque el sabor cambia un poco, sigue estando delicioso.

Finalmente, media taza de leche. Aquí la libertad es total. He usado leche de vaca, de almendras, de avena… la que pille en la nevera. Todas funcionan bien.

Y, claro, las estrellas del pastel: dos manzanas medianas. Mis favoritas son las Fuji o las Granny Smith, porque su acidez equilibra el dulzor. A veces las rallo y otras las corto en daditos pequeños para encontrarme los trocitos al morder.

Manos a la masa: así lo preparo yo

Lo primero que hago siempre es encender el horno a 180 grados. Mientras se calienta, cojo un molde y lo engraso con un poco de aceite de coco. Si tengo papel de hornear, lo uso, porque me facilita muchísimo la vida a la hora de desmoldar.

En un bol grande, mezclo todos los ingredientes secos. La harina de avena, el polvo para hornear, la canela y esa pizca de sal. Lo remuevo bien con unas varillas para que el polvo de hornear se integre por completo. Un pequeño truco que aprendí después de que un pastel me quedara plano por un lado y con un volcán por el otro.

En otro recipiente, bato los dos huevos y les añado la miel, el aceite de coco ya derretido y la leche. Lo mezclo todo hasta que es un líquido uniforme. Este paso es rápido pero importante para que luego todo se integre sin problemas.

Ahora viene el momento de la unión. Vierto la mezcla líquida sobre los ingredientes secos. Con una espátula, lo remuevo con movimientos suaves, solo hasta que la harina de avena se haya humedecido y no vea grumos secos. No hay que batir en exceso.

Justo al final, añado las manzanas ralladas o en trocitos. Si me siento creativo, a veces le pongo un puñado de nueces picadas o unas pasas. Le da una textura diferente y un extra de sabor. Una última mezcla suave para repartirlo todo bien, y listo.

Vierto la masa en el molde, la aliso un poco por encima con la espátula y la meto en el horno. Entre 30 y 35 minutos suele ser suficiente. Sabrás que está listo con el viejo truco del palillo: si lo pinchas en el centro y sale limpio, ¡victoria!

Cuando lo saco del horno, lo dejo reposar unos diez minutos en el molde. La impaciencia es mala consejera; si intentas desmoldarlo en caliente, es muy probable que se te rompa. Después de ese pequeño descanso, lo paso a una rejilla para que se enfríe por completo.

Algunos experimentos que salieron bien

Lo bueno de esta receta es que es casi un lienzo en blanco. Invita a jugar. Una vez no tenía nueces y se me ocurrió añadir un puñado de semillas de girasol. El resultado fue un toque crujiente fascinante que no me esperaba.

Mi amiga nutricionista me sugirió añadir una cucharada de semillas de chía a la masa. Me explicó que apenas cambia el sabor pero añade un extra de fibra y omega-3. Desde entonces, a veces se las pongo.

También he jugado con las especias. Un día le añadí una pizca de nuez moscada y otra de jengibre en polvo junto a la canela. La casa olía a Navidad en pleno mayo. Fue un cambio sutil pero que le dio una profundidad de sabor completamente nueva.

Una amiga vegana lo prepara a menudo. Sustituye los dos huevos por dos «huevos de chía» (una cucharada de chía con tres de agua por cada huevo, reposado 10 minutos) y usa sirope de agave. Me dio a probar una vez y, sinceramente, estaba increíblemente bueno.

Este pastel ha evolucionado conmigo. Ha sido testigo de mis experimentos en la cocina, de mis ganas de comer más sano y de mi negativa a renunciar al placer de un buen dulce casero.

A veces, cuando lo estoy preparando, pienso en cómo algo tan sencillo, que apenas tarda 45 minutos en total en estar listo, se ha convertido en un pequeño pilar de mi rutina. Quizás en eso consiste la verdadera cocina, no en recetas complicadas, sino en encontrar esos platos que se adaptan a tu vida y la hacen un poquito más feliz.

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