histats.com Pastel frio con galletas Maria o mejor conocida como La Tarta | Recetas Deliciosas

Pastel frio con galletas Maria o mejor conocida como La Tarta

La primera vez que la preparé, sentí una confianza casi insultante. Todos decían que era «la tarta más fácil del mundo», una de esas recetas que hasta un niño podría hacer. Y con esa arrogancia, me presenté en una comida familiar con mi creación.

El resultado fue un desastre casi líquido. Las capas se mezclaban, las galletas flotaban en una sopa dulce y el corte fue, por decirlo suavemente, vergonzoso. Ese día aprendí que «fácil» no significa «imposible de arruinar».

Pero soy cabezota. Me negué a ser derrotado por un postre sin horno, así que me propuse perfeccionarlo. Lo que sigue no es la receta de mi abuela, es mi propia versión, forjada a base de prueba, error y alguna que otra crisis en la cocina.

Un capricho que no rompe la balanza (demasiado)

Al principio, ni se me pasaba por la cabeza pensar en las calorías. ¿Quién piensa en eso cuando hay chocolate de por medio? Pero con el tiempo, y después de que una amiga nutricionista me abriera los ojos, la curiosidad me pudo.

Hice los cálculos una vez. Cada porción generosa, de esas que te sirven con una sonrisa, ronda las 450 o 500 calorías. No es un postre para todos los días, desde luego, pero para una celebración o un domingo especial, es una felicidad que vale la pena.

Intenté hacer una versión «light» una vez. Usé leche desnatada y edulcorante. El resultado fue tan triste y acuoso que decidí no volver a cometer semejante sacrilegio. Hay batallas que no merece la pena librar, y la de quitarle la gracia a esta tarta es una de ellas.

Lo que vamos a necesitar

La lista de la compra es engañosamente simple, pero en la calidad de estos pocos elementos está el secreto. No necesitas nada exótico, solo ingredientes honestos.

Uso dos paquetes de las galletas María de toda la vida. Las redondas, las clásicas. No he probado con otras porque siento que estaría traicionando el espíritu de la tarta.

Para las cremas, necesitarás un litro de leche entera. Por favor, que sea entera. La cremosidad que aporta es insustituible y marca una diferencia abismal.

También una lata de leche condensada, la de tamaño estándar. Es el atajo dulce que hace que la crema de vainilla quede perfecta sin complicaciones.

La maicena es clave para espesar. Con tres cucharadas soperas bien colmadas suele ser suficiente para que la crema coja cuerpo y no se desparrame al cortar.

Y el chocolate. Aquí hay debate. Yo uso una barra de chocolate para postres, de unos 150 gramos, semiamargo. Le da un contrapunto perfecto al dulzor de la otra crema. Pero si es para niños, un chocolate con leche más suave es un acierto seguro.

Finalmente, para la cobertura de chocolate, me gusta añadir un poco de nata líquida para montar, como una taza. Le da un brillo espectacular y una textura mucho más sedosa.

Manos a la obra: mi método (casi) infalible

Aquí no hay grandes técnicas culinarias, solo un poco de orden y paciencia, sobre todo paciencia. Calculo que el tiempo activo no son más de 30 minutos, pero el verdadero trabajo lo hace el frío durante horas.

Primero, la crema de vainilla. En una olla pongo medio litro de la leche, la lata de leche condensada y un chorrito de vainilla. Mientras se calienta, disuelvo la maicena en un poquito de leche fría en un vaso. Esto es vital para que no se formen grumos.

Cuando la leche está caliente pero sin hervir, añado la maicena diluida y aquí empieza el baile. Fuego medio-bajo y remover sin parar. Al principio parece que no pasa nada, pero de repente, notas cómo la varilla deja un surco. Ese es el momento. La retiras y la dejas templar.

Mientras, preparo la cobertura. Caliento el resto de la leche con la nata y, cuando está a punto de hervir, retiro del fuego y echo el chocolate troceado. Lo dejo reposar un minuto y luego remuevo suavemente hasta que se funde por completo. El calor residual es suficiente.

Ahora el montaje, la parte divertida. En un molde rectangular, pongo una capa de galletas, secas, directamente del paquete. Intento que no queden huecos.

Luego, una capa de la crema de vainilla, que ya estará tibia. La extiendo con cuidado. Encima, otra capa de galletas. Y así voy alternando hasta terminar con la crema. Suelo poner tres o cuatro capas de galletas.

Finalmente, vierto la cobertura de chocolate por encima, cubriéndolo todo. Aliso la superficie con una espátula y aquí viene lo más difícil. Cubrirla con film y llevarla a la nevera. Mínimo, seis horas. Si es toda la noche, mejor. La espera es lo que transforma un montón de capas en una tarta de verdad.

Algunos secretos que aprendí a la mala

La gente suele preguntar si no mojo las galletas en leche. La respuesta es no. Fue uno de mis primeros errores. La tarta quedó empapada, casi una papilla. La humedad de las cremas es más que suficiente para ablandarlas a la perfección durante el reposo.

Otro descubrimiento fue para una versión de adultos. Un día, por probar, añadí un chorrito de brandy a la crema de chocolate. El resultado fue espectacular, un toque profundo y complejo que sorprendió a todos en una cena.

Si te gusta el crujiente, puedes espolvorear unas almendras laminadas o crocanti por encima justo antes de servir. Rompe la suavidad de la tarta y le da un punto muy interesante. Pero hazlo al final, para que no se humedezcan en la nevera.

Esta tarta ha evolucionado conmigo. Ha sido testigo de cumpleaños, de tardes de domingo lluviosas y de alguna que otra celebración improvisada. Ya no es solo «la tarta fácil», es un ritual.

Quizás eso es lo que la hace tan especial. No es una receta de alta cocina, ni falta que le hace. Es un trozo de hogar, una de esas pequeñas cosas que te reconcilian con el mundo bocado a bocado. Y esa es una lección que me alegro de haber tardado en aprender.

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