Recuerdo perfectamente la primera vez que lo hice. Era uno de esos días de verano en los que el aire quema y la sola idea de encender el horno parece una locura. Tenía invitados y cero ganas de complicarme la vida.
Fue entonces cuando me acordé de una receta a medio camino entre un pastel, una mousse y un helado. Un postre que se hace casi sin esfuerzo, con ingredientes que casi siempre tengo en casa, y que queda espectacular.
Desde ese día, se convirtió en mi arma secreta. Es elegante, cremoso y tiene ese punto de chocolate que gusta a todo el mundo. Nadie diría que es tan fácil de preparar.
Contenido
- 1 Un capricho no tan culpable: hablemos de calorías
- 2 Los ingredientes que necesitarás para este milagro helado
- 3 Poniéndonos manos a la obra: la preparación
- 4 El momento de la verdad: congelación y desmolde
- 5 Algunas ideas que he probado con el tiempo
- 6 Si te gustó esta receta, aquí tienes otra que seguro te va a encantar
Un capricho no tan culpable: hablemos de calorías
Seamos sinceros, esto es un postre y está pensado para disfrutar, no para contar cada caloría. Pero cuando empecé a fijarme un poco más en estas cosas, me dio curiosidad analizarlo.
Con la leche condensada, la crema y los huevos, calculo que una porción generosa debe rondar las 450-500 calorías. No es un postre ligero, pero tampoco es una bomba calórica desmedida.
Al menos me consuelo pensando que, gracias a los huevos y la leche, estamos añadiendo una buena dosis de proteínas y calcio. Es mi manera de justificar este pequeño placer.
Alguna vez, para aligerarlo un poco, he probado a usar leche semidesnatada. Funciona, aunque pierde un poquito de esa cremosidad tan característica. La textura final no es exactamente la misma, pero sigue estando delicioso.
Los ingredientes que necesitarás para este milagro helado
Lo mejor de esta receta es que no pide nada raro. Son cosas sencillas que, juntas, crean algo mágico.
Para la crema, que es la base de todo, uso leche entera. La vida es corta y la cremosidad que aporta la grasa de la leche aquí es importante. También necesitarás cuatro huevos, de los que separaremos las yemas de las claras con cuidado.
El alma de la fiesta son una lata de leche condensada, que le da el dulzor y gran parte de la textura, y una lata de crema de leche o nata para cocinar. No hace falta que sea nata para montar, su función aquí es aportar riqueza.
Y mi pequeño seguro de vida: un par de cucharadas de maicena. Esto nos ayudará a que la crema espese sin problemas y no se corte.
Para la salsa de chocolate, no puede ser más simple: un poco de cacao en polvo sin azúcar y un chorrito de leche. Nada más.
Poniéndonos manos a la obra: la preparación
Aquí es donde empieza la diversión. Lo primero que hago es meter en la licuadora la leche condensada, las yemas, la leche y la maicena. Un buen licuado y te aseguras de que no quede ni un solo grumo.
Esa mezcla la paso a una olla a fuego bajo. Esta es la parte que requiere un poco de atención. Hay que remover constantemente con una cuchara de madera, con paciencia, hasta que sientas que empieza a espesar. La primera vez me distraje un segundo y casi se me pega.
Una vez que tiene la consistencia de unas natillas suaves, la retiro del fuego y la paso a un bol grande para que se enfríe. Es crucial que se enfríe por completo. Si tienes prisa, un baño maría inverso con agua y hielo ayuda.
Mientras tanto, preparo la salsa de chocolate. Simplemente caliento la leche con el cacao en polvo en un cazo pequeño hasta que se disuelva. Es un momento, y el aroma que desprende ya te va preparando para lo bueno.
Cuando la crema de yemas está fría, monto las claras a punto de nieve. No hace falta que queden durísimas, solo que hagan picos suaves. Las voy incorporando a la crema con movimientos envolventes, con mucho mimo para no perder el aire. Aquí también añado la crema de leche.
El momento de la verdad: congelación y desmolde
Elijo un molde bonito, idealmente de esos con un hueco en el centro tipo savarín. Vierto primero toda la salsa de chocolate en el fondo, asegurándome de que cubra bien la base.
Luego, con mucho cuidado, vierto la mezcla de la crema por encima. La aliso un poco con la espátula y la cubro con film transparente. Directa al congelador.
¿Cuánto tiempo? La receta dice que un mínimo de cuatro horas. Yo soy impaciente, así que a las cuatro horas ya estoy espiando el congelador. Pero la verdad es que queda mucho mejor si lo dejas de un día para otro, bien firme.
Para desmoldarlo, un truco que aprendí después de un par de intentos frustrantes: mojo un paño de cocina en agua muy caliente, lo escurro bien y envuelvo el molde durante unos segundos. Con eso, el pastel se desliza solo sobre el plato.
Ese instante en que le das la vuelta y ves la cascada de chocolate cayendo por los lados del pastel blanco es pura satisfacción.
Algunas ideas que he probado con el tiempo
Con los años, he ido experimentando. Una vez no tenía cacao y usé una salsa de caramelo que tenía guardada en la despensa. El resultado fue espectacular, mucho más dulce, pero increíble.
A mi madre le encanta con un toque de café. A veces, disuelvo una cucharadita de café soluble en la leche de la crema y le da un sabor a postre de moca delicioso.
Si te gusta el crujiente, puedes añadir unas nueces o almendras picadas a la salsa de chocolate antes de verterla en el molde. Le da una textura muy interesante.
Y para una presentación más fresca, unas frambuesas o fresas por encima no solo decoran, sino que su acidez contrasta de maravilla con el dulzor de la crema.
Este pastel es una base perfecta para dejar volar la imaginación. Cada pequeño cambio crea un postre nuevo.
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