Hubo un tiempo en que pensé que mi historia de amor con los postres había terminado. Por temas de salud, tuve que cambiar mi alimentación y decirle adiós al azúcar y a los carbohidratos de siempre. Los primeros intentos de repostería «saludable» fueron, para ser sincero, un desastre. Texturas gomosas, sabores extraños… casi me rindo.
Todo cambió por un accidente. Un día, mezclando ingredientes sin demasiada fe, creé algo que no esperaba. Era ligero, esponjoso y con un sabor increíblemente bueno. No se parecía en nada a los ladrillos keto que había probado antes.
Ese fue el nacimiento de este pastel. No es solo una receta; es la prueba de que se puede comer de forma consciente sin renunciar a uno de los mayores placeres de la vida.
Contenido
Hablemos un poco de las calorías
Cuando empecé en este mundo, contar macros era una obsesión. Me sorprendió descubrir que una porción generosa de este pastel, que sabe a gloria, se mantiene en unas 330 calorías. Pero lo mejor no es eso.
Lo que realmente me hizo feliz fue ver que los carbohidratos netos apenas llegan a los 5 gramos. Esto es gracias a usar harinas como la de almendra y coco, y endulzar con eritritol, que no afecta al azúcar en sangre.
Dejó de ser un «placer culpable» para convertirse en un aliado. Es el postre que me permito sin sentir que estoy rompiendo ninguna regla, perfecto para cerrar una comida o acompañar el café de la tarde.
Ingredientes que vamos a necesitar
La lista puede parecer un poco distinta a la de un bizcocho tradicional, pero cada elemento tiene su razón de ser. Con el tiempo, he aprendido a no sustituirlos a la ligera.
Uso una taza de yogur griego natural, sin azúcar, por la cremosidad que aporta. A veces, si quiero una versión sin lácteos, lo cambio por yogur de coco y el resultado es igual de bueno.
La mantequilla, unos 340 gramos, tiene que estar blanda, a temperatura ambiente. Este es uno de esos secretos que marcan la diferencia. Al principio no le daba importancia y la masa se cortaba.
Para las harinas, la combinación es clave. Media taza de harina de almendra fina y una taza y cuarto de harina de coco. La de coco absorbe muchísimo líquido, así que hay que ser preciso con las cantidades.
El dulce lo consigo con una taza y media de eritritol en polvo. Lo prefiero en polvo porque se integra mejor y no deja esa sensación crujiente. Y por supuesto, cinco huevos grandes, una cucharadita de vainilla, una pizca de sal y unos 16 gramos de polvo para hornear.
Preparando la masa, paso a paso
Lo primero que hago siempre es encender el horno a 180°C y preparar el molde, uno redondo de unos 22 cm, con papel de hornear en la base. Mientras se calienta, me da tiempo de sobra para todo lo demás.
En un bol grande, empiezo batiendo la mantequilla ablandada con el eritritol. Uso una batidora eléctrica y no paro hasta que la mezcla se ve pálida y muy cremosa. Es un paso que requiere paciencia.
Luego voy añadiendo los huevos, siempre de uno en uno. Es importante que estén a temperatura ambiente. Bato bien después de cada huevo, hasta que se integra por completo antes de echar el siguiente. Así se forma una emulsión estable.
En otro recipiente mezclo los ingredientes secos: las harinas, el polvo para hornear y la sal. Esto asegura que el impulsor se reparta bien y el pastel crezca de manera uniforme.
Ahora viene la parte delicada. Voy alternando la mezcla de secos con el yogur. Un poco de secos, bato suave. La mitad del yogur, bato un poco más. Repito hasta terminar con los secos. Sobrebatir aquí es el error del principiante; puede dejar el pastel denso.
Al final, un toque de vainilla, una última mezcla suave, y vierto la masa en el molde. La reparto con una espátula para que quede nivelada.
El horno hace el resto. Tarda entre 35 y 40 minutos. Sé que está listo cuando al pincharlo con un palillo, este sale limpio. Dejarlo enfriar es la parte más difícil, porque toda la casa huele de maravilla.
Consejos que aprendí a la fuerza
Este pastel me ha enseñado varias lecciones. La primera, como ya he dicho, es la temperatura de los ingredientes. Mantequilla, huevos y yogur a temperatura ambiente es innegociable.
Otra cosa que descubrí es que no todas las harinas de coco son iguales. Algunas absorben más líquido que otras. Si la masa parece demasiado espesa, a veces añado una cucharada extra de yogur.
Una vez, por curiosidad, le añadí la ralladura de un limón. El resultado fue espectacular, un toque cítrico que lo refresca mucho. También he probado con una pizca de canela y nuez moscada en la mezcla de secos.
Para una ocasión especial, lo he servido con un poco de nata montada (sin azúcar, claro) y unos frutos rojos por encima. Las fresas o frambuesas le dan un contraste de acidez y color precioso.
Un final que es solo el principio
Este pastel ha dejado de ser una simple receta en mi cocina. Se ha convertido en un ritual, en la prueba de que mi cambio de alimentación fue una puerta a la creatividad, no una renuncia.
Ha viajado conmigo, lo he adaptado y ha sido testigo de cenas con amigos y tardes tranquilas de domingo. Y lo mejor es que todo este proceso, desde que saco los ingredientes hasta que lo meto en el horno, no me lleva más de 20 minutos.
Quizás eso es lo que lo hace tan especial. No es solo un postre bajo en carbohidratos; es un trozo de mi historia, una que demuestra que cuidarse y disfrutar pueden ir perfectamente de la mano.
Si te gustó esta receta, aquí tienes otra que seguro te va a encantar
- Pastel de Zanahoria, Manzana y Avena Saludable sin Azúcar
- Pastel Frío de Chocolate y Galletas
- Cocada con Leche Condensada