Mi relación con el desayuno siempre ha sido algo complicada. Durante años, mis mañanas se debatían entre la tostada con mermelada, que me dejaba con hambre a la hora, o los cereales de caja llenos de azúcar que prometían energía y solo me daban un bajón a media mañana.
Quería algo más. Algo que fuera realmente nutritivo, que me mantuviera saciado y, sobre todo, que estuviera delicioso. Parecía una misión imposible, hasta que empecé a experimentar en la cocina, casi por accidente.
Así nació este bizcocho. Un día, mirando los ingredientes que tenía a mano —un poco de avena, unas zanahorias olvidadas en el cajón de la nevera y una manzana a punto de arrugarse—, decidí que podían convertirse en algo más que un desayuno apresurado. El resultado me sorprendió tanto que ha transformado por completo mis mañanas.
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Sobre las Calorías y por qué no me preocupan tanto
Al principio, cuando empecé a hacer este bizcocho, no pensaba en los números. Solo me importaba que estuviera bueno y que me sentara bien. Pero la curiosidad me pudo y un día decidí hacer los cálculos, más que nada para saber qué le estaba dando a mi cuerpo.
Para mi sorpresa, una porción generosa (si cortas el bizcocho en 12 trozos) ronda las 165 calorías. Pero lo importante no es solo ese número, sino de dónde viene. No hay azúcares refinados, solo el dulzor natural de la fruta y un toque de edulcorante.
Lo que más valoro son los casi 4 gramos de fibra que aporta. Esa fibra, que viene de la avena, la manzana con su piel y la zanahoria, es la que hace que me sienta lleno y satisfecho durante horas. Además, cada trozo me da unos 6 gramos de proteína, una cantidad nada despreciable para empezar el día. Es la prueba de que se puede comer algo que parece un capricho, pero que en realidad está trabajando a tu favor.
Ingredientes para esta aventura en el horno
Lo que vas a necesitar para esta receta es más sencillo de lo que parece. Son ingredientes que probablemente ya tienes en tu despensa, y si no, son fáciles de encontrar. No hay nada extraño ni demasiado procesado.
- Avena en hojuelas: 200 gramos, que son como dos tazas. Yo uso los copos enteros, los de toda la vida, porque la textura queda mejor.
- Polvo para hornear: Una cucharadita, para que suba y quede esponjoso.
- Sal: Solo una pizca, para realzar todos los demás sabores.
- Canela en polvo: Al gusto. Yo soy generoso porque me encanta el aroma que deja.
- Leche: 240 ml, que es una taza. Puedes usar la que prefieras, de vaca o vegetal.
- Huevos: 3 grandes. Si son de corral, notarás la diferencia en el color y el sabor.
- Aceite de oliva: 2 cucharadas. Un buen aceite de oliva le da una riqueza increíble.
- Extracto de vainilla: Una cucharadita, el toque final de aroma.
- Stevia o tu edulcorante: Unas 2 cucharadas, aunque esto ajústalo a tu gusto.
- Zanahoria: Una mediana, que serán unos 100 gramos, rallada.
- Manzana: Una grande, con su piel. Rallada también. La piel tiene muchísimos nutrientes.
- Albaricoques secos: Unos 6, que le dan puntos de dulzor y una textura masticable.
- Pasas: 2 cucharadas.
Preparando el bizcocho, paso a paso y sin dramas
Hacer este bizcocho es casi un acto terapéutico. No tiene complicaciones y el proceso es muy gratificante.
Lo primero es siempre lo primero: enciende el horno a 180 °C. Mientras se calienta, prepara tu molde. Yo uso uno redondo de unos 23 cm y le pongo papel de horno en la base para que no se pegue nada.
Ahora viene la parte que parece magia. Echa los copos de avena en una licuadora o un procesador de alimentos. En uno o dos minutos, verás cómo se convierten en una harina fina. Es increíble. Esa harina la pones en un bol grande junto con el polvo de hornear, la sal y la canela.
En otro recipiente, bate bien los huevos hasta que estén algo espumosos. Ahí añades la leche, el aceite, la vainilla y el edulcorante. Esa será tu mezcla de ingredientes húmedos.
Ahora, con cuidado, ve añadiendo la harina de avena a la mezcla líquida. Cuando esté integrado, incorpora la zanahoria y la manzana ralladas, y los trocitos de albaricoque y las pasas. Un truco que aprendí es remojar los frutos secos en agua tibia cinco minutos antes; hace que queden más jugosos.
Mezcla todo con una espátula, con movimientos suaves, solo hasta que esté homogéneo. Vierte la masa en el molde y alísala un poco.
Este es el momento de la paciencia. Mételo en el horno y olvídate de él durante unos 45 o 50 minutos. Sabrás que está listo porque la casa olerá de maravilla, los bordes se separarán ligeramente del molde y si lo pinchas con un palillo, saldrá limpio.
Y ahora, el consejo más importante que puedo darte: déjalo enfriar por completo. Sé que la tentación de cortarlo caliente es enorme, pero si lo haces, es muy probable que se te desmorone. La paciencia tiene su recompensa.
Algunos trucos que he aprendido por el camino
Con el tiempo, he ido adaptando la receta según lo que tengo en casa o lo que me apetece. Es muy versátil.
A veces, si tengo nueces o almendras a mano, pico un puñado y lo añado a la masa. Le da un toque crujiente espectacular y un extra de grasas saludables.
Un amigo probó a ponerle calabacín rallado (muy bien escurrido para quitarle el agua) y me dijo que quedaba increíblemente húmedo. Todavía no lo he intentado, pero está en mi lista de pendientes.
También puedes jugar con las especias. La canela es mi favorita, pero en otoño a veces le pongo una pizca de nuez moscada o jengibre en polvo. Le da un toque completamente diferente y muy reconfortante.
El final de una búsqueda
Este bizcocho dejó de ser un simple experimento para convertirse en una parte fija de mis mañanas. A veces lo como solo, otras veces le pongo una cucharada de yogur griego por encima, que le da un contrapunto ácido y cremoso.
Ya no siento que renuncio a nada. Es la demostración de que comer de forma saludable no significa comer aburrido. Es más que una receta; es la prueba de que cocinar para uno mismo, con cariño y con ingredientes de verdad, es una de las mejores cosas que puedes hacer por ti.
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