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Postre Cremoso de Maracuyá

Hay recetas que guardas por su complejidad, por el reto que suponen, y luego están esas otras. Las que se quedan contigo por todo lo contrario: por su simplicidad casi insultante y por la cantidad de veces que te han salvado de un apuro.

Esta mousse, si es que se le puede llamar así, nació precisamente de eso, de un apuro. Una de esas tardes de domingo en las que aparecen amigos en casa sin avisar y la despensa parece un desierto.

Fue un acto de fe, de juntar lo poco que había con la esperanza de que saliera algo decente. Y vaya si salió. Desde entonces, se ha convertido en mi recurso infalible, en ese as bajo la manga que siempre funciona.

Un capricho ligero: hablemos de las calorías

No soy una persona que viva contando calorías, pero me gusta saber qué estoy comiendo. Sobre todo cuando se trata de postres, que pueden ser auténticas bombas sin que te des cuenta. La primera vez que hice esta receta, me sorprendió su ligereza.

Por pura curiosidad, un día me puse a hacer cálculos aproximados. Dependiendo de la marca de la crema de leche que uses, una porción generosa de este postre ronda las 250-300 calorías. No está nada mal para un capricho dulce y cremoso.

Es una de esas opciones que te permite terminar una comida con algo goloso sin sentir esa pesadez que te deja KO en el sofá. Es aire, es sabor, pero de una forma muy contenida y amable con el cuerpo.

Lo que vamos a necesitar

La lista de la compra para esta receta es tan corta que parece un chiste. De hecho, lo más probable es que ya tengas estas cosas rondando por tu cocina. Es la magia de las preparaciones sencillas.

Lo fundamental son solo dos cosas. Por un lado, dos envases de crema de leche. Yo suelo usar la que aquí en España llamamos nata para cocinar o media crema, la que viene en un brick de 200 ml. Es más fluida y ligera que la nata para montar, y para esta receta funciona a la perfección.

El otro pilar es un paquete de gelatina de maracuyá, o fruta de la pasión. Este ingrediente es el que hace toda la magia, aportando no solo el sabor y el dulzor, sino también la estructura que hará que todo cuaje. Y por supuesto, un poco de agua, pero eso casi nunca cuenta, ¿verdad?

Preparando la magia en la cocina

El proceso es tan rápido que te parecerá increíble. Lo que más tiempo lleva es esperar a que enfríe, y esa es, sin duda, la parte más difícil de toda la receta: la paciencia.

Primero, pongo a hervir unos 300 ml de agua. Mientras coge temperatura, vacío el sobre de gelatina en un bol. Cuando el agua borbotea, la vierto sobre el polvo y remuevo bien con una cuchara. Hay que asegurarse de que no quede ni un solo grumo. El aroma tropical que se desprende en este momento ya te pone de buen humor.

Una vez que la gelatina está completamente disuelta y el líquido es homogéneo, lo paso al vaso de la licuadora. Es importante hacerlo con cuidado para no quemarse. Justo después, añado los dos bricks de crema de leche.

Enciendo la licuadora y la dejo trabajar durante un minuto, no más. Verás cómo la mezcla cambia de color, volviéndose más pálida y cremosa, y cómo gana un poco de volumen. Ese minuto de batido es el que le da la textura de mousse.

Luego, solo queda verter la crema en el recipiente que hayas elegido. A veces uso un refractario de vidrio grande y familiar, y otras veces lo reparto en copas individuales si quiero una presentación un poco más cuidada. De ahí, directo a la nevera por un mínimo de dos horas.

Algunos trucos y experimentos personales

Con una receta tan sencilla, es casi inevitable empezar a experimentar. La versión original es fantástica, pero a veces apetece cambiar un poco.

Si un día tengo pulpa de maracuyá fresca, le añado una o dos cucharadas por encima justo al servir. Las semillas le dan un toque crujiente espectacular que contrasta con la suavidad de la mousse. Unas hojas de menta también le aportan un frescor y un color muy bonitos.

Mi hermana, que es una enamorada de los cítricos, la prepara a menudo con gelatina de limón. Dice que el truco es añadirle la ralladura de medio limón a la mezcla justo antes de batir. Le da una intensidad increíble.

Para una ocasión más especial, he llegado a ponerle una base. Trituro un paquete de galletas tipo María con un poco de mantequilla derretida, lo aplasto en el fondo del molde y lo dejo enfriar un poco antes de verter la crema encima. El resultado es muy parecido a una tarta de queso sin horno.

Una vez, por error, compré leche condensada en lugar de uno de los bricks de crema de leche. Decidí probar de todas formas. El resultado fue un postre muchísimo más dulce y denso. No era mi favorito, pero a mis sobrinos les fascinó.

El sabor de la simplicidad

A veces pienso en cómo esta receta tan simple se ha convertido en un clásico en mi casa. Ha estado presente en cenas improvisadas, en tardes de peli y manta, y como colofón de alguna que otra barbacoa de verano.

Es la prueba de que no se necesitan técnicas complicadas ni ingredientes exóticos para crear algo que haga feliz a la gente. Solo una idea, un poco de imaginación y el contenido de un frigorífico medio vacío en una tarde de domingo.

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