El calor en Casablanca a veces no perdona. Hay tardes en las que la sola idea de encender el horno para preparar algo dulce parece una locura, un atentado contra el sentido común.
Fue en una de esas tardes de bochorno cuando me topé con este postre, o más bien, cuando lo inventé por pura necesidad. Quería algo frío, cremoso y lleno de fruta, pero que no me tuviera una hora esclavizado en la cocina.
El resultado fue una sorpresa. Un postre que se prepara, en su parte activa, en lo que tardas en escuchar dos canciones. Ahora se ha convertido en mi salvavidas para los días de verano y en la estrella inesperada cuando tengo invitados.
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Sobre las Calorías y por qué me enamoré de este postre
No te voy a mentir, la primera vez que lo hice no estaba pensando en las calorías, solo en sobrevivir al calor. Mi única preocupación era que cuajara bien y que estuviera rico.
Cuando me dio por curiosear y calcular su aporte nutricional, me llevé una alegría. Una porción generosa, de esas que te sirven para quitarte el antojo de dulce, apenas llegaba a las 300 calorías. Mucho menos que un trozo de tarta o un helado industrial.
El secreto está en el equilibrio. El yogur natural le da una base ligera y la fruta aporta volumen y fibra sin sumar muchas calorías. La leche condensada es el capricho, sí, pero la cantidad es la justa para endulzar sin excesos. Es un postre que te deja satisfecho, pero no pesado.
Ingredientes para mi versión salvavidas
Lo primero y más importante son las frutas. Aquí es donde la cosa se pone divertida y puedes jugar con lo que tengas en casa o lo que esté de temporada.
Recuerdo una vez que lo hice con mandarinas, caquis y trocitos de plátano. El contraste de colores era precioso y el sabor, una maravilla. Necesitarás unas 2 o 3 tazas de fruta ya cortada en pedazos pequeños.
Luego viene el ingrediente mágico, el que hace que todo funcione sin necesidad de gelatinas de origen animal. Unos 7 gramos de agar-agar en polvo. Al principio le tenía respeto, pero es más fácil de usar de lo que parece.
Para la base cremosa, la cosa es simple: 150 ml de leche, la que uses normalmente en casa, y 350 gramos de yogur natural. Intento usar uno que no sea muy ácido y sin azúcar, para controlar yo el dulzor.
Y para ese toque dulce e irresistible, 200 gramos de leche condensada. A veces, si la fruta que uso es muy dulce por sí misma, como el mango o las fresas maduras, le pongo un poquito menos. Hay que ir probando.
Ah, y necesitarás un cazo pequeño y un molde. Yo uso uno de silicona con capacidad para litro y medio. Confía en mí, la silicona te ahorrará muchos disgustos a la hora de desmoldar.
Preparando la magia: mi ritual de 5 minutos
Siempre empiezo por las frutas. Es casi una meditación: lavarlas, pelarlas, cortarlas. Las dejo listas en un bol grande, esperando su momento.
Aquí viene el paso crucial, el que me falló la primera vez. En un cazo pequeño, mezclo el agar-agar en polvo con unos 50 ml de agua fría hasta que no queden grumos. Luego añado la leche.
Llevo esa mezcla al fuego y no me separo de ella. Remuevo constantemente con unas varillas. Tiene que romper a hervir y cocinar durante uno o dos minutos. Si no hierve bien, el postre no cuajará. Aprendí esa lección con una sopa dulce y triste que tuve que tirar.
Mientras esa mezcla se enfría un par de minutos, en el bol grande de las frutas mezclo el yogur con la leche condensada hasta que quede una crema suave.
Ahora, con mucho cuidado, voy vertiendo la mezcla tibia de leche y agar-agar sobre la crema de yogur, sin dejar de remover. Este paso es importante para que no se formen hilos de gelatina.
Una vez que todo está integrado, añado las frutas cortadas y mezclo con una espátula suavemente. Es como crear un mosaico líquido. Lo vierto todo en el molde y lo llevo a la nevera.
La parte más difícil es la espera. Necesita al menos un par de horas para estar firme, aunque yo suelo dejarlo de una comida para la cena, o incluso de un día para otro.
Algunos trucos que aprendí a base de errores
Una vez se me ocurrió usar trozos de kiwi y piña fresca. Craso error. El postre quedó con una textura extraña, como si no hubiera cuajado del todo en las zonas que tocaban esas frutas.
Investigué un poco y resulta que algunas frutas frescas tienen enzimas que batallan con los gelificantes. Ahora, si quiero usar kiwi o piña, les doy un hervor rápido de un minuto antes de cortarlas, o directamente uso fruta en conserva. Con las fresas, el melocotón o los cítricos nunca he tenido problemas.
También he probado a darle otros sabores. A veces, a la mezcla de yogur le añado un poco de extracto de vainilla o la ralladura de una lima. Le da un toque perfumado que queda genial.
Si te sientes aventurero, puedes usar leche de coco en lugar de leche de vaca. La combinación con mango y maracuyá es otro nivel, te transporta directamente a una playa tropical.
Este postre ya no es solo una receta para mí, es un pequeño ritual de verano, una solución creativa para un antojo. Ha visto cenas con amigos, comidas familiares y tardes de sofá y película.
Cada vez que lo desmoldo y veo ese mosaico de colores, pienso en aquella tarde de calor en la que todo empezó. Es la prueba de que, a veces, las mejores soluciones nacen de la necesidad, del ingenio y de un paquete de algas en polvo olvidado en la despensa.
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