Hay olores que te transportan directamente a un momento feliz. Para mí, uno de esos es el perfume inconfundible de un queque de naranja recién salido del horno, especialmente cuando su preparación ha sido tan sencilla que parece casi un truco de magia.
Esta no es una receta cualquiera; es mi as bajo la manga para las tardes de domingo, para las visitas inesperadas o simplemente para cuando apetece algo dulce y casero sin tener que pasar horas en la cocina. El secreto está en la licuadora, esa maravillosa aliada que hace todo el trabajo pesado.
Olvídate de batir a mano durante una eternidad o de ensuciar mil cacharros. Aquí, la clave es la simpleza y el sabor auténtico de la naranja, que lo inunda todo y convierte la casa en un verdadero hogar.
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Un capricho posible: ¿qué hay de las calorías?
Cuando empecé a hacer este queque, ni se me pasaba por la cabeza contar calorías. Era simplemente un placer, un trozo de felicidad esponjosa. Sin embargo, con el tiempo y buscando un equilibrio, me puse a investigar un poco sus números.
Una porción generosa, como las que me gusta cortar, ronda las 350 o 400 calorías. No es un postre ligero, seamos sinceros, pero la gran ventaja de hacerlo en casa es que sabes exactamente lo que lleva. No hay conservantes extraños ni grasas de dudosa calidad.
He intentado hacer versiones más «light», reduciendo el azúcar o el aceite, pero la textura cambia. Al final, llegué a la conclusión de que prefiero disfrutar de una porción de la receta original, sabiendo que es un capricho ocasional y delicioso, en lugar de una versión que no me satisface del todo. Es un postre para disfrutar sin culpas.
Ingredientes para nuestro queque de naranja
Lo que más me gusta de esta receta es que sus ingredientes son de los que casi siempre tenemos en casa. No necesitas salir corriendo a comprar nada exótico. Para un molde de tamaño mediano, de unas 6 a 8 porciones, yo reúno todo en la encimera antes de empezar.
Lo primero, por supuesto, son las naranjas. Necesitarás dos, bien jugosas. El jugo fresco es innegociable, marca toda la diferencia del mundo. Y no tires la piel de una de ellas; su ralladura es pura dinamita aromática.
Luego, cuatro huevos grandes. Siempre dicen que deben estar a temperatura ambiente, pero seamos honestos, ¿quién se acuerda siempre de sacarlos antes? Yo casi nunca, y el queque sale espectacular igual.
Para el dulzor, dos tazas de azúcar. Y para la grasa, que le da esa suavidad increíble, media taza de aceite vegetal. Yo suelo usar el de girasol porque es muy neutro, pero el de canola también funciona de maravilla.
Finalmente, los secos: dos tazas de harina de trigo de todo uso y dos cucharadas de polvo de hornear. El polvo de hornear es crucial, asegúrate de que no esté caducado, que a todos nos ha pasado alguna vez.
Manos a la obra: la preparación paso a paso
Ahora viene la parte divertida y ruidosa. Lo primero es lo primero: enciendo el horno a 180°C para que vaya cogiendo temperatura. Y, por favor, no cometas mi error de novata: prepara bien el molde. Engrásalo y enharínalo a conciencia. No te imaginas la de veces que, por las prisas, me salté este paso y acabé con medio queque pegado.
En el vaso de la licuadora va casi todo el secreto. Vierte el jugo de las naranjas, la ralladura, los huevos, el azúcar y el aceite. Cierra bien la tapa y dale potencia durante unos tres minutos. La mezcla debe quedar suave, pálida y sin un solo grumo. El ruido es la señal de que la magia está ocurriendo.
Mientras tanto, en un bol grande, tamizo la harina con el polvo de hornear. Sé que da pereza, pero este pequeño gesto hace que el queque quede mucho más aireado. Una vez lista la mezcla líquida, la vierto sobre la harina.
Aquí viene un punto clave: mezcla con una espátula solo hasta que los ingredientes se integren. Con movimientos envolventes y suaves. Si bates demasiado, el gluten se activa y el queque quedará denso y apelmazado. Es un trabajo de apenas un minuto.
Vierte la masa en el molde y llévalo al horno. El tiempo de cocción suele ser de unos 35 a 40 minutos. Pero cada horno es un mundo. El truco infalible de mi abuela es el del palillo: si al pinchar el centro sale limpio, está listo.
Una vez fuera del horno, déjalo reposar unos 10 minutos en el molde antes de desmoldarlo sobre una rejilla para que se enfríe por completo. La paciencia en este punto es una virtud que te recompensará.
Pequeños trucos y variaciones que he descubierto
Con el tiempo, he ido experimentando con esta receta base. Es tan noble que se presta a casi todo. Una vez, por pura curiosidad, le eché unas chispas de chocolate amargo a la masa justo antes de hornear. El contraste del cítrico con el chocolate fue una revelación.
Otra variación que me encanta es sustituir media taza de harina por coco rallado. Le da una textura y un sabor tropical espectaculares, aunque queda un poco menos esponjoso. También he probado a añadirle un puñado de nueces picadas para darle un toque crujiente.
Para servirlo, a mí me fascina solo, acompañando un buen café. Pero si vienen amigos a casa, a veces preparo un glaseado muy simple con azúcar glas y unas gotas de jugo de naranja. Le da un aspecto festivo y un extra de sabor que siempre triunfa.
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