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Receta de Masa para donas

Recuerdo perfectamente mi primer intento de hacer donas. Fue un desastre absoluto. La cocina terminó oliendo a aceite quemado durante días y lo que saqué de la sartén eran una especie de rocas grasientas e incomibles. Me sentí tan frustrado que juré no volver a intentarlo jamás.

Pensaba que la repostería con levadura era una especie de club secreto para el que yo no tenía la llave. Algo demasiado complicado, demasiado técnico. Pero la idea de unas donas caseras, esponjosas y tibias, nunca abandonó mi mente por completo.

Años después, en un día de lluvia y con una extraña mezcla de aburrimiento y valentía, decidí darle una segunda oportunidad. Pero esta vez, lo haría de otra manera. Sin prisas, sin expectativas, solo disfrutando del proceso. Esa tarde, algo hizo clic. Y esta receta, que ha evolucionado conmigo, es el resultado de esa reconciliación con la masa.

Hablemos de números: las calorías y el placer

Cuando empecé a interesarme más por lo que comía, uno de los primeros «placeres culpables» que investigué fueron las donas. Me quedé helado al descubrir que una sola dona frita de pastelería puede superar fácilmente las 400 calorías. Parecía una locura para algo tan ligero.

Ahí es donde hacerlas en casa cambia las reglas del juego. Te da un control total. Con esta misma masa, si decides hornearlas en lugar de freírlas, la cosa cambia radicalmente. Pasamos a hablar de unas 280 calorías por unidad, una cifra mucho más amigable.

No me malinterpretes, la versión frita es un manjar de los dioses y de vez en cuando es una alegría necesaria. Pero saber que tengo una alternativa más ligera me permite disfrutarlas sin sentir que estoy cometiendo un crimen. Se trata de equilibrio, no de prohibición.

Lo que vamos a necesitar en nuestra cocina

La lista de ingredientes puede parecer larga, pero no hay nada exótico. Son cosas que, con un poco de planificación, cualquiera puede tener en su despensa o encontrar en la tienda de la esquina.

Para esta aventura necesitarás un kilo de harina de trigo. Suelo usar la común, la 0000 o la de todo uso, la que tenga a mano. No hace falta volverse loco buscando una harina especial, de verdad. La magia no está solo ahí.

También 40 gramos de levadura fresca. Me encanta el olor que tiene, me parece que le da un sabor más auténtico a la masa. Si solo encuentras levadura seca, no hay problema: necesitarás unos 14 gramos de la activa, o unos 12 de la instantánea.

El resto son los sospechosos habituales: 260 gramos de azúcar, cuatro huevos grandes, 80 gramos de mantequilla de buena calidad (esto sí que marca la diferencia), una cucharadita de esencia de vainilla y unos 200 ml de leche. La leche, por favor, que esté tibia, no caliente, o matarás la levadura y todo el esfuerzo se irá al traste.

El ritual: paso a paso y sin prisas

Hacer estas donas es mi terapia. Calculo que todo el proceso, desde que saco la harina hasta que muerdo la primera dona, me lleva unas dos horas. Pero la mayor parte de ese tiempo es de espera, de ver la masa crecer. El tiempo de trabajo real no supera los 30 o 40 minutos.

Lo primero es despertar a la levadura. Desmenuzo la levadura fresca en la leche tibia con una cucharadita del azúcar. En unos minutos verás cómo empieza a burbujear. Esa es la señal de que está viva y lista para la acción.

En un bol grande, hago un volcán con la harina, como me enseñaron de niño. En el centro vierto la leche con la levadura, los huevos ligeramente batidos, el resto del azúcar, la vainilla y la mantequilla, que me gusta que esté blanda, casi derretida.

Y ahora, la mejor parte: amasar. Al principio es un caos pegajoso. Pero poco a poco, con paciencia y movimientos envolventes, la masa cobra vida. La paso a la encimera y amaso durante unos 20 minutos. Pongo música y me olvido del mundo. Es un ejercicio casi meditativo. Sabrás que está lista cuando la sientas lisa, elástica y ya no se te pegue a las manos.

La coloco en un bol aceitado, la tapo con un paño húmedo y la dejo en un rincón cálido de la cocina. Durante la siguiente hora, la magia ocurre. La masa duplica su tamaño, hinchándose de aire y promesas. Es fascinante verla.

Después del reposo, la desgasifico con un suave puñetazo. La extiendo con un rodillo hasta que tenga un grosor de un centímetro y medio, más o menos. Con un vaso y un tapón de botella corto las formas. Los centros no se tiran, ¡son los futuros «agujeros de dona»!

Las coloco en una bandeja y las dejo reposar unos 20 minutos más. Se hincharán un poco, como si estuvieran suspirando antes del gran final.

Si las voy a freír, caliento abundante aceite. Aprendí por las malas que la temperatura es clave: si está demasiado frío, las donas chupan aceite y quedan pesadas; si está demasiado caliente, se queman por fuera y quedan crudas por dentro. Un minuto o dos por cada lado es suficiente para que queden doradas y perfectas.

Si opto por el horno, lo precaliento a 180°C. Unos 10 o 12 minutos y estarán listas, con una textura más parecida a un bizcochito tierno.

Los pequeños secretos que aprendí a base de errores

A lo largo de los años, he descubierto algunos trucos. Una vez, por accidente, se me cayó un poco de ralladura de naranja en la masa. Fue una revelación. Ahora casi siempre le añado un toque cítrico, ya sea de naranja o de limón.

Otra vez, probé a añadir una pizca de nuez moscada. Le da un aroma increíble, muy de pastelería de las de antes. Se ha convertido en un ingrediente casi fijo.

No tengas miedo de rellenarlas. Las que hago sin agujero, a veces, con una manga pastelera, les inyecto un poco de mermelada o dulce de leche una vez frías. Es llevarlas a otro nivel.

Y para la cobertura, deja volar tu imaginación. Un simple glaseado de azúcar glas y agua es delicioso. O chocolate derretido. O simplemente pasarlas por una mezcla de azúcar y canela cuando aún están calientes. Es la parte más divertida, sobre todo si hay niños cerca.

Esta receta ha viajado conmigo. Ha sido el postre en cenas con amigos, el desayuno especial de un domingo perezoso y el consuelo en una tarde triste. Se ha adaptado a diferentes cocinas, diferentes hornos y diferentes estados de ánimo.

Con el tiempo, he aprendido que no se trata solo de seguir unos pasos. Se trata de sentir la masa, de entender sus tiempos, de respetar su proceso. Quizás por eso me gustan tanto. No son solo un dulce, son un recordatorio de que las cosas buenas, a veces, solo necesitan un poco de paciencia.

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