El sonido de una masa crujiente hundiéndose en el aceite caliente es una de las melodías de mi cocina. Y el olor que le sigue, esa mezcla de fritura perfecta y un guiso de carne especiado, es la promesa de algo bueno por venir.
No siempre fue así. Mis primeras empanadas eran un pequeño desastre: algunas se abrían en la sartén como si quisieran contarme sus secretos, otras quedaban pálidas y tristes. Pero con el tiempo, y después de varios intentos, encontré el camino.
Esta no es solo una receta; es el mapa de ese viaje. Es la suma de pequeños trucos y de esos errores que te enseñan más que cualquier libro. Es la fórmula para conseguir esa empanada soñada: dorada, crujiente por fuera y con un corazón jugoso que te reconcilia con el mundo.
Contenido
Hablemos de las calorías (para quitárnoslo de encima)
Voy a ser sincero. Cuando uno decide hacer empanadas fritas, no está pensando precisamente en la dieta. Es un capricho, una celebración. Una de estas maravillas, dependiendo de su tamaño, puede rondar las 450 o 500 calorías.
Hubo una época en la que intenté hacer versiones «ligeras». Probé a hornearlas, a reducir la mantequilla de la masa… y sí, estaban bien, pero les faltaba el alma. Les faltaba esa contundencia que solo la fritura bien hecha puede dar.
Mi filosofía ahora es simple: si voy a darme el gusto, lo hago bien. Disfruto de una o dos, sin remordimientos, y ya mañana será otro día. Al final, la alegría que te dan también alimenta.
Lo que vamos a necesitar para esta aventura
Aquí no hay ingredientes extraños ni difíciles de encontrar. Son cosas sencillas, pero la calidad importa. Esto es lo que junto en mi encimera antes de empezar, para unas 15 empanadas aproximadamente.
Para la masa, el abrazo crujiente:
- Medio kilo de harina de trigo, la de toda la vida. No te compliques con harinas especiales.
- Unos 100 gramos de mantequilla. Intenta que sea de buena calidad, porque su sabor se nota en el resultado final. La derrito un poco para que se integre mejor.
- Un huevo, que le da elasticidad y color.
- Una cucharadita de sal.
- Media taza de agua fría, más o menos. Te digo «más o menos» porque cada harina es un mundo y a veces pide un poco más o un poco menos.
- El truco que aprendí de un viejo panadero: una cucharadita de vinagre blanco. No se nota en el sabor, pero hace que la masa quede increíblemente crujiente.
- Una cucharadita de polvo de hornear, para que la masa no quede apelmazada.
Para el relleno, el corazón de la empanada:
- Medio kilo de carne picada. A mí me encanta mezclar ternera y cerdo. La ternera da sabor y el cerdo, esa jugosidad que evita que el relleno quede seco.
- Una cebolla grande, picada muy fina. Es la base de todo buen guiso.
- Un par de dientes de ajo, que nunca pueden faltar.
- Un pimiento rojo pequeño. Le da un dulzor y un color que me encantan.
- Dos huevos cocidos. El truco es no picarlos demasiado, para encontrar trocitos enteros en cada bocado.
- Especias: pimentón (yo uso el dulce), comino, sal y pimienta. Aquí puedes jugar según tus gustos.
- A veces, si quiero un contraste, añado un puñado de aceitunas picadas o unas pocas pasas. No a todo el mundo le gustan, pero a mí me recuerdan a las empanadas de mi infancia.
Preparando la masa: un acto de paciencia
Aquí es donde empieza la magia. En un bol grande, mezclo primero los ingredientes secos: la harina, la sal y el polvo de hornear. Hago un hoyo en el centro, como un pequeño volcán.
Ahí dentro pongo la mantequilla derretida, el huevo y el vinagre. Empiezo a mezclar desde el centro hacia afuera, como si no quisiera que el volcán entrara en erupción.
Poco a poco, voy añadiendo el agua fría. Cuando la masa ya no se puede trabajar con la cuchara, la paso a la mesa enharinada. Y ahora, a amasar. Unos 10 minutos. Es casi terapéutico. Sabrás que está lista cuando la sientas suave, elástica y ya no se te pegue en los dedos.
Luego viene el paso más importante: el reposo. Hago una bola con la masa, la tapo con un paño y la dejo descansar media hora. No te saltes este paso. Es el secreto para que luego puedas estirarla sin que se encoja.
El relleno, el alma de la fiesta
Mientras la masa reposa, preparo el relleno. En una sartén, con un buen chorro de aceite, sofrío la cebolla y el pimiento a fuego lento hasta que estén blanditos y dulces. Luego añado el ajo, con cuidado de que no se queme.
Subo el fuego y añado la carne. La voy separando con la cuchara para que quede suelta. Una vez que ha perdido el color rosado, es el momento de las especias. El pimentón, el comino, la sal y la pimienta. Dejo que se cocine todo junto unos minutos para que los sabores se hagan amigos.
Cuando apago el fuego, incorporo las aceitunas (si las uso) y los huevos cocidos. Y aquí viene el segundo gran secreto de esta receta: el relleno tiene que estar completamente frío antes de usarlo. Lo aprendí por las malas, con una empanada que se deshizo en el aceite caliente. Una pequeña tragedia culinaria.
El arte de cerrar y freír
Con la masa reposada y el relleno frío, llega el momento de ensamblar. Hago bolitas con la masa y las estiro con un rodillo hasta formar discos finos.
Pongo una cucharada generosa de relleno en el centro. No te pases, o no podrás cerrarlas. Humedezco el borde con un poco de agua, doblo la masa y presiono bien. El cierre, el famoso «repulgue», es cuestión de práctica. Al principio puedes usar un tenedor, que nunca falla.
Caliento abundante aceite en una sartén profunda. ¿Cómo saber si está a la temperatura perfecta? Echo un trocito de masa. Si burbujea con alegría y sube a la superficie, está listo.
Las frío de pocas en pocas, dándoles la vuelta para que se doren por igual. Es un proceso rápido, unos tres o cuatro minutos. Cuando salen, doradas e hinchadas, las dejo sobre papel de cocina para que suelten el exceso de aceite.
Y ya está. No hay más misterio. Bueno, sí, uno: intentar no comérselas todas mientras están calientes, directamente de la fuente. Es una tentación difícil de resistir, pero vale la pena llevarlas a la mesa y ver la cara de felicidad de los demás.
Al final, lo que queda no es solo un plato lleno, sino la cocina oliendo a hogar y la satisfacción de haber creado algo delicioso con tus propias manos.
Si te gustó esta receta, aquí tienes otra que seguro te va a encantar
- Tarta de Manzana de Mil Capas
- La masa para sorrentinos que hago desde que aprendí a no tener prisa
- Pastel de carne inspirado en el clásico Shepherd’s Pie