Siempre he asociado la tarta de manzana con el otoño, con tardes frías y una taza de té caliente. Es el postre que mi abuela hacía, con ese olor a canela que inundaba toda la casa y te hacía sentir seguro.
Pero un día de junio, con un calor que aplastaba la ciudad, me entraron unas ganas locas de comerla. La idea de encender el horno parecía una locura, y el sabor tradicional, tan cálido y especiado, no encajaba con el bochorno del ambiente.
Estaba a punto de abandonar la idea cuando vi un par de limas verdes y brillantes en el frutero. Y entonces, se me ocurrió. ¿Y si…? ¿Y si le daba un giro completo? Esa tarde, sin saberlo, iba a crear una de mis recetas favoritas.
Contenido
Sobre las calorías y el tiempo de preparación
La primera vez que la hice fue un caos. Tardé casi dos horas entre que me peleaba con la masa y cortaba las manzanas con una precisión de cirujano. Ahora, es un ritual que disfruto y no me lleva más de 40 minutos de trabajo real.
El resto del tiempo, unos 40-45 minutos, es magia que ocurre dentro del horno mientras la casa empieza a oler a una mezcla increíble de manzana dulce y cítrico fresco.
Por curiosidad, un día me puse a calcular las calorías. Me sorprendió gratamente descubrir que una porción generosa no supera las 450 calorías, incluso con el glaseado. Si lo omites, te ahorras unas 50 calorías, pero para mí, ese toque final lo vale.
Lo que vamos a necesitar
No necesitas ingredientes extraños, lo cual es parte de su encanto. Es una receta que puedes improvisar con lo que sueles tener en casa.
Para la base, que es mi parte favorita, uso lo de siempre: unos 180 gramos de harina normal y corriente, 100 gramos de mantequilla muy fría —y digo muy fría porque una vez la usé a temperatura ambiente y aquello fue un desastre—, 50 gramos de azúcar, una yema de huevo y una pizca de sal. A veces la masa pide un par de cucharadas de agua helada para unirse.
Para el relleno, la estrella son cuatro manzanas. A mí me gustan las tipo Fuji o Gala porque son dulces y aguantan bien el horneado sin convertirse en puré. Si te gusta un contraste más ácido, las Granny Smith son una opción fantástica.
Y, por supuesto, las dos limas que empezaron todo. Necesitarás tanto la ralladura como el zumo. También una cucharadita de canela, que no puede faltar, y un par de cucharadas de maicena. Este es mi pequeño secreto para que los jugos de la fruta no ablanden la base.
Ahora sí, a cocinar: la preparación paso a paso
Empiezo siempre por la masa. En un bol, mezclo la harina, el azúcar y la sal. Luego añado la mantequilla cortada en cubitos y la deshago con los dedos hasta que parece arena gruesa. Es una sensación casi terapéutica.
Añado la yema y un poco de agua fría, y uno todo sin amasar demasiado. Este es el error de principiante número uno: si la trabajas mucho, la base queda dura como una piedra. La envuelvo en film y la dejo en la nevera media hora.
Mientras la masa reposa, preparo las manzanas. Las pelo y las corto en rodajas finas. Inmediatamente las rocío con el zumo de las limas para que no se pongan marrones. Es un espectáculo ver cómo el ácido las protege.
En el mismo bol, añado el azúcar, la canela, la ralladura de lima y la maicena. Lo mezclo todo con cuidado, intentando no romper las rodajas. El aroma que se crea en este momento es simplemente increíble.
Saco la masa de la nevera y la estiro sobre una superficie con un poco de harina. La coloco en el molde, la ajusto bien y recorto los bordes que sobran. Esta es la parte que requiere más paciencia.
Luego viene la parte artística: colocar las rodajas de manzana de forma bonita sobre la base. Reparto unos trocitos de mantequilla por encima, que se derretirán en el horno y le darán un toque extra de jugosidad.
La horneo a 180°C durante unos 40 minutos. Sabrás que está lista porque la base estará dorada y las manzanas burbujeando suavemente, como si te estuvieran hablando.
Algunos trucos que aprendí (casi siempre por las malas)
Con el tiempo he descubierto pequeños detalles que marcan la diferencia. Por ejemplo, no te saltes el paso de la maicena. Créeme, he acabado con alguna «sopa de tarta» por olvidarme.
El glaseado es totalmente opcional. Yo lo preparo mezclando azúcar glas con un poco de zumo de lima hasta que tiene una textura fluida. Se lo echo por encima cuando la tarta todavía está tibia. Le da un brillo precioso y un golpe de acidez extra.
Una vez, por pura curiosidad, le añadí un puñado de nueces picadas al relleno. El resultado fue un toque crujiente que no me esperaba y que funcionó de maravilla. A veces, los mejores descubrimientos nacen de la improvisación.
Si quieres servirla como en un restaurante, una bola de helado de vainilla al lado crea un contraste de temperaturas que es una locura. Pero sinceramente, a mí me gusta tal cual, a temperatura ambiente, con un café.
Esta tarta se ha convertido en un clásico en mi casa, pero un clásico a mi manera. Ya no es solo el postre de mi abuela para los días de frío; ahora es también el postre de los días de sol, de las comidas con amigos, de las tardes en las que necesito algo que me refresque el ánimo.
A veces pienso en cómo un pequeño cambio, casi un accidente, puede transformar por completo una receta y los recuerdos que la acompañan.
Quizás de eso se trata cocinar, de tomar los sabores que nos recuerdan a casa y darles un giro que hable de quiénes somos ahora. Una evolución constante, bocado a bocado.
Si te gustó esta receta, aquí tienes otra que seguro te va a encantar
- Receta de tarta de queso
- Pastel Frío de Chocolate y Galletas
- Receta de panqueques de yogur de manzana