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Tarta de Manzana de Mil Capas

Siempre he tenido una relación de amor-odio con los postres. Me encantan, pero durante mucho tiempo pensé que para disfrutar de algo realmente delicioso, tenía que aceptar una dosis considerable de harina y azúcar. Mi cocina estaba llena de recetas familiares que eran auténticas bombas calóricas.

Todo cambió un día que me propuse un reto: crear un pastel de manzana que fuera espectacular a la vista, delicioso al paladar y que, además, no hiciera saltar por los aires todos mis esfuerzos por comer más sano.

Después de varios intentos, algunos más exitosos que otros, nació esta versión. Una tarta que parece un milhojas, hecha casi en su totalidad de finísimas láminas de manzana. El secreto, que me costó descubrir, está en una mezcla que une todo sin necesidad de una sola pizca de harina. Es la receta que ahora comparto con orgullo, la que me demostró que lo saludable puede ser, sin duda, exquisito.

El secreto de sus 145 calorías

Cuando empecé a prestar más atención a lo que comía, lo primero que miré con recelo fue la tabla nutricional de mis postres favoritos. Me deprimí un poco al ver las cifras. Por eso, uno de mis objetivos con esta tarta era mantener los números a raya sin sacrificar absolutamente nada del sabor.

El gran logro fue darme cuenta de que la propia fruta podía ser la estructura del pastel. Al eliminar la harina y el azúcar refinado, la mayor parte de lo que comes es, simplemente, manzana. La sorpresa fue mayúscula cuando calculé que una porción generosa apenas llega a las 145 calorías.

No es solo que sea ligera. Los huevos y la mantequilla de cacahuete, que suena extraña pero funciona de maravilla, aportan proteínas y grasas buenas. Esto hace que te sientas saciado y satisfecho, no con esa sensación de vacío que dejan a veces los dulces llenos de azúcar.

Lo que vamos a necesitar

La lista de la compra para esta receta es bastante sencilla y es probable que ya tengas varias cosas en casa. No necesitas ingredientes extraños ni difíciles de encontrar.

Para las manzanas, que son las protagonistas indiscutibles, vas a necesitar unos 700 gramos, que vienen a ser unas cuatro de tamaño mediano. Yo he probado con varias, pero las Fuji o las Honeycrisp aguantan muy bien el horneado sin deshacerse.

Luego, el jugo de medio limón. Este es un truco de toda la vida para que las manzanas no se oxiden y se pongan de un color feo mientras preparas el resto. Y unos 20 gramos de mantequilla sin sal, que cortaremos en trocitos para poner por encima antes de hornear.

Para la mezcla que lo une todo, el alma del pastel: cuatro huevos grandes, si están a temperatura ambiente mucho mejor. Una pizca de sal, una cucharadita de stevia (o tu edulcorante preferido, ajusta la cantidad) y dos cucharadas de mantequilla de cacahuete natural, de la que solo lleva cacahuetes. Y por último, una cucharadita de polvo de hornear.

Para el toque final, una cucharadita de canela molida y un poco más de mantequilla para tener el molde a punto.

Manos a la obra: la preparación

Aquí es donde empieza la magia. Lo primero es encender el horno a 160 grados y engrasar bien un molde desmontable, de unos 18 centímetros. Este paso es importante para que luego no tengamos dramas al desmoldar.

Ahora, las manzanas. Hay que pelarlas, quitarles el corazón y aquí viene el paso más crucial: cortarlas en láminas finísimas. Si tienes una mandolina, es su momento de brillar. Si no, un cuchillo muy afilado y un poco de paciencia. Cuanto más finas, mejor quedará el efecto de capas.

A medida que las cortes, ve poniéndolas en un bol con el zumo de limón para que no se oscurezcan.

En otro bol, vamos con la mezcla. Bate los cuatro huevos hasta que estén esponjosos. Luego añade la sal, la stevia y la mantequilla de cacahuete. Sigue batiendo hasta que no queden grumos y todo tenga un color uniforme. Por último, añade el polvo de hornear con suavidad.

Llega el momento de montar la tarta, mi parte favorita. Es como hacer un puzle. Ve colocando capas de manzana en el molde, solapando un poco las rodajas, intentando que no queden huecos. Sigue así hasta que se acaben las manzanas.

Vierte la mezcla de huevo y mantequilla de cacahuete por encima, asegurándote de que se cuela bien entre todas las capas. Reparte los trocitos de mantequilla por la superficie.

Al horno. Necesitará unos 40 minutos. Sabrás que está lista porque la superficie estará doradita y el olor en la cocina será increíble. El tiempo de horneado es perfecto para recoger un poco y prepararse un café.

Cuando la saques, viene la prueba de paciencia definitiva: hay que dejarla enfriar por completo en el molde. Una hora como mínimo. La primera vez que la hice, la impaciencia me pudo y se me desmontó entera. Lección aprendida.

Una vez fría, desmóldala con cuidado y, justo antes de servir, espolvorea la canela por encima. El aroma que desprende es el broche de oro.

Algunos trucos que he aprendido por el camino

Con el tiempo y después de hacerla varias veces, he descubierto algunas cosas. Por ejemplo, aunque la mantequilla de cacahuete es mi favorita, una vez la hice con mantequilla de almendras y el resultado fue espectacular, quizás un poco más sutil y elegante.

También puedes jugar con las especias. La canela es un clásico, pero una pizca de nuez moscada o cardamomo le da un giro totalmente nuevo y sorprendente.

Un amigo que no puede tomar cacahuetes la probó con tahini. El sabor es muy diferente, más tostado y profundo, pero funciona. Es la prueba de que en la cocina no hay reglas fijas.

En cuanto a las manzanas, de verdad, insisto en usar una variedad que no se convierta en puré. La textura de las láminas tiernas pero enteras es lo que hace especial a esta tarta. Si usas una manzana muy blanda, el resultado será más parecido a una compota horneada.

Una historia que evoluciona en mi cocina

A veces pienso en cómo esta receta se ha convertido en una fija en mi repertorio. Nació de un experimento, de un intento de comer mejor sin renunciar al placer de un buen dulce. Y ahora, es la tarta que preparo para las celebraciones, para las tardes de domingo o simplemente cuando me apetece un capricho.

El tiempo total, entre que preparas todo, horneas y esperas a que enfríe, es de unas dos horas. Pero el tiempo activo de trabajo no son más de 25 minutos. El resto es la dulce espera mientras el horno y el frío hacen su trabajo.

Quizás eso es lo que más me gusta. Es un postre que no exige demasiado, pero que da mucho a cambio. No es solo un conjunto de ingredientes, es un pequeño proyecto que termina en una mesa, listo para ser compartido. Y cada vez que la hago, siento que esa historia que empezó con un reto personal, sigue evolucionando en mi cocina.

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