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Tortitas de Repollo

Siempre me quedaba medio repollo triste al fondo de la nevera. Lo compraba con la buena intención de hacer una ensalada saludable, pero la vida se interponía y terminaba un poco mustio y olvidado.

La verdad, nunca fui un gran fanático del repollo. Su sabor me parecía soso y su textura, aburrida. Hasta que un día, harto de desperdiciar comida, decidí que tenía que hacer algo con él.

Busqué ideas sin mucha fe y me topé con el concepto de hacer tortitas. No tenía una receta clara, así que empecé a improvisar. El resultado fue tan inesperado que cambió por completo mi opinión sobre esta verdura.

Ahora, estas tortitas son un clásico en mi casa. Son mi arma secreta para un almuerzo rápido, una cena ligera o incluso para sorprender a amigos que, como yo antes, miran el repollo con desconfianza.

El lado sorprendente de las calorías

Cuando empecé a prestar más atención a lo que comía, pensé que tendría que despedirme de cualquier cosa que llevara la palabra «frita». Mi sorpresa fue mayúscula al calcular las calorías de este plato.

Una porción generosa, digamos unas cuatro tortitas, no suele pasar de las 350 o 400 calorías, sobre todo si soy cuidadoso con el aceite. Es una comida que te deja satisfecho y con la sensación de haber comido algo contundente.

He experimentado para hacerlas aún más ligeras. A veces, en lugar de freírlas, las pinto con un poco de aceite y las meto en la freidora de aire. No quedan exactamente igual de crujientes, pero el sabor sigue siendo increíble y le resto unas cuantas calorías al plato.

Lo que vamos a necesitar para las tortitas

La lista de la compra para esta receta es de una sencillez que desarma. No necesitas ingredientes exóticos ni visitar tiendas especializadas. Probablemente ya tengas casi todo en tu cocina.

Para unas 10 o 12 tortitas, que para mí es una cena para dos personas o un aperitivo para cuatro, junto lo siguiente:

  • Medio repollo mediano. Uso el blanco normal, el más común. Unos 400 o 500 gramos son suficientes.
  • Dos huevos grandes. Estos son el pegamento que une todo, así que son importantes.
  • Un poco de harina de trigo. Media taza, más o menos. No hace falta ser exactos, es para dar consistencia.
  • El queso es mi toque personal. Para mí, es obligatorio. Un cuarto de taza de parmesano rallado le da un punto salado y tostado brutal. Pero he probado con mozzarella y también funciona.
  • Sal y pimienta negra recién molida. Esto no se negocia.
  • Aceite para freír. Uso de girasol, que tiene un sabor neutro y aguanta bien la temperatura.

A veces, si tengo una cebolleta fresca, le pico un poco. Pero la receta base, sin más añadidos, ya es espectacular.

Manos a la obra: la preparación

Una de las cosas que más me gustan de esta receta es lo rápido que se prepara. Todo el proceso, desde que saco el repollo hasta que me siento a la mesa, no me lleva más de media hora. Es perfecta para un día entre semana.

Lo primero es el repollo. Lo pico muy, muy fino. Alguna vez he usado el rallador grueso del procesador de alimentos por pereza, y el resultado es bueno, pero me gusta más la textura que consigo con un buen cuchillo. Es casi terapéutico.

Después, en un bol grande, vuelco todo el repollo picado. Añado los dos huevos, la harina, el queso rallado y una buena cantidad de sal y pimienta. No hay que tener miedo a sazonar.

Con una cuchara de madera, mezclo todo sin piedad. La idea es que cada hebra de repollo quede bien cubierta por la mezcla de huevo y harina. Se forma una masa un poco pegajosa y rústica. Esa es la señal de que vamos por buen camino.

Caliento una sartén grande con un dedo de aceite a fuego medio. Es importante que el aceite esté caliente, pero no humeante. Un truco que uso es echar una pizca de la mezcla; si burbujea suavemente, está listo.

Con una cuchara grande, voy formando montoncitos de la mezcla y los deposito en el aceite caliente, aplastándolos un poco con la misma cuchara para darles forma de disco. Los cocino unos 3 o 4 minutos por cada lado. Ese es el tiempo que tardan en ponerse dorados y crujientes por fuera, mientras que por dentro quedan tiernos y jugosos.

Cuando están listos, los saco con una espumadera y los dejo reposar un minuto sobre papel de cocina. Este paso es clave para que no queden nada aceitosos.

Algunos trucos y variaciones que funcionan

Con el tiempo, he ido experimentando y descubriendo pequeños detalles que marcan la diferencia. Por ejemplo, al principio las tortitas se me rompían al darles la vuelta. Aprendí que la clave es no tener prisa y esperar a que la base esté bien dorada antes de moverlas.

Una vez, por accidente, se me cayó un poco de pimentón ahumado en la mezcla. Fue un error maravilloso. Ahora, casi siempre le añado una cucharadita. Le da un color y un sabor ahumado que combina genial con el repollo.

Mi amigo celíaco las prepara con harina de garbanzo en lugar de trigo. Dice que quedan incluso más crujientes y con un sabor a fruto seco muy interesante. Tengo pendiente probarlo.

Para servirlas, a veces preparo una salsa de yogur muy simple, con un poco de ajo picado, eneldo y un chorrito de limón. Es el contrapunto fresco perfecto para el calor de las tortitas.

Al final, no es solo una receta. Es la prueba de que con un poco de imaginación, hasta el ingrediente más humilde y olvidado en un rincón de la nevera puede convertirse en el protagonista absoluto de la mesa.

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