histats.com Tortitas de Sémola y Kéfir sin Harina | Recetas Deliciosas

Tortitas de Sémola y Kéfir sin Harina

Hay mañanas que empiezan torcidas. Recuerdo perfectamente una de esas: sonaba el despertador, lo apagué cinco veces y, de repente, ya era tardísimo. Con el tiempo justo para ducharme y salir corriendo, me di cuenta de que no había nada preparado para el desayuno y el estómago me rugía.

Mi plan era hacerme unas tortitas rápidas, las de toda la vida, pero al abrir la despensa, el paquete de harina estaba prácticamente vacío. Por un momento, me resigné a tomar un simple café, pero entonces mis ojos se posaron en un paquete de sémola de trigo que había comprado por curiosidad y en una botella de kéfir que llevaba un par de días en la nevera sin que me atreviera a probarlo.

Sin nada que perder y con el reloj en mi contra, decidí lanzarme a la aventura. Fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi cocina.

Un desayuno ligero, ¿quién lo diría?

Cuando probé la primera tortita, su sabor y su textura me conquistaron al instante. Eran ligeras, esponjosas y me dejaron saciado, pero sin esa pesadez que a veces siento con las recetas más tradicionales. Esto me llevó a pensar en su valor nutricional, algo en lo que he empezado a fijarme últimamente.

Movido por la curiosidad, hice algunos cálculos aproximados. Me sorprendió gratamente descubrir que una porción generosa de estas tortitas no superaba las 350-400 calorías. Es increíble cómo algo tan delicioso puede ser, al mismo tiempo, una opción bastante equilibrada.

El kéfir, además, le da un plus. He leído que está lleno de probióticos que ayudan a la salud intestinal, así que, sin quererlo, había creado un desayuno que no solo estaba bueno, sino que también aportaba beneficios. Eso sí, es importante recordar que la sémola, aunque no es la harina de trigo común, proviene del trigo y contiene gluten, por lo que no es una receta apta para celíacos.

Ingredientes para mi improvisación estrella

Aquella mañana reuní sobre la encimera lo poco que tenía a mano, y la combinación resultó ser mágica. Si quieres recrear este feliz accidente, esto es lo que vas a necesitar:

  • Dos huevos, que si están a temperatura ambiente siempre parece que ligan mejor.
  • Un par de cucharadas de azúcar. No hace falta más, sobre todo si luego vas a añadir algo dulce por encima.
  • Una pizca de sal, ese pequeño detalle que siempre realza todos los sabores.
  • Unos 250 ml de kéfir. Si no lo encuentras, un yogur natural líquido también podría funcionar, aunque el sabor ligeramente ácido del kéfir es parte del encanto.
  • Unos 250 g de sémola de trigo. Es la protagonista, la que le da esa textura única, granulada y suave a la vez.
  • Una cucharadita de bicarbonato de sodio, el secreto para que suban y queden esponjosas.

No necesitas nada más. Son ingredientes sencillos que, juntos, crean algo realmente especial.

Manos a la masa: así nació la magia

El proceso es tan rápido que casi no te das cuenta. De hecho, mientras se calienta la sartén, prácticamente puedes tener la masa lista. Es una de esas recetas que te salvan cuando el tiempo apremia.

Primero cojo un bol grande y bato los huevos con el azúcar y la sal. No hace falta una batidora eléctrica, con unas varillas manuales es más que suficiente hasta que la mezcla se vea uniforme. Después, añado el kéfir y lo integro todo bien. Es el momento de la verdad: incorporo la sémola y el bicarbonato.

Remuevo con suavidad, sin batir en exceso, solo hasta que no queden grumos. La masa tiene una consistencia diferente, más densa que la de los panqueques tradicionales. La dejo reposar un par de minutos, justo el tiempo que tarda la sartén antiadherente en coger la temperatura adecuada a fuego medio.

A mí no me hace falta engrasarla, pero si tu sartén es de las que se pegan, un poco de mantequilla o aceite no le vendrá mal. Voy echando cucharadas de la masa, formando pequeños círculos. No me gusta hacerlas muy grandes para poder manejarlas mejor.

Se cocinan en un suspiro. En unos dos o tres minutos verás que empiezan a salir burbujas en la superficie. Esa es la señal. Les das la vuelta con una espátula y dejas que se doren por el otro lado. El olor que inunda la cocina en ese momento es simplemente espectacular.

Las mil caras de estas tortitas

Lo bueno de esta receta es que es como un lienzo en blanco. La primera vez las comí solas, directamente de la sartén, porque no tenía tiempo para más. Pero ahora que se han convertido en un clásico en mi casa, he experimentado bastante.

Un chorrito de miel por encima es mi opción preferida. También quedan increíbles con mermelada de frutos rojos o con rodajas de plátano. Los días que me siento más creativo, les añado a la masa un poco de ralladura de limón o una pizca de canela antes de cocinarlas.

Incluso probé a añadir un puñado de nueces picadas una vez. El resultado fue un contraste de texturas muy interesante. Mi pareja, que prefiere el salado, a veces se las come con un poco de queso fresco y aguacate. Es una receta que se adapta a todo.

Esta versatilidad es lo que la hace tan genial. Te permite jugar con lo que tengas en la despensa y nunca te aburres de ella.

Un error que se convirtió en tradición

A veces pienso en cómo un pequeño contratiempo, como quedarme sin harina, me llevó a descubrir una de mis recetas favoritas. Esa preparación que nació de la prisa y la improvisación ahora es un pequeño ritual en mis mañanas de fin de semana.

Toda la preparación no me lleva más de diez o quince minutos, y el resultado siempre me saca una sonrisa. Es la prueba de que en la cocina, como en la vida, no hay que tener miedo a experimentar.

Quizás eso es lo que hace que un plato pase de ser simple comida a convertirse en algo con significado. No es solo una receta, es el recuerdo de una mañana caótica que terminó con un descubrimiento delicioso.

Si te gustó esta receta, aquí tienes otra que seguro te va a encantar

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *