histats.com Tarta de Ricotta y Manzana: ¡Suave, Cremosa y Deliciosa! | Recetas Deliciosas

Tarta de Ricotta y Manzana: ¡Suave, Cremosa y Deliciosa!

Hay días en que necesitas un postre que parezca complicado, pero que en el fondo sea tu cómplice en la cocina. Un as bajo la manga que te haga quedar como una experta repostera sin haber pasado horas batiendo y midiendo.

Para mí, esa es esta tarta. La descubrí casi por accidente, buscando algo que hacer con un bote de ricotta que me miraba con pena desde la nevera. No esperaba gran cosa, pero el resultado me dejó sin palabras.

Desde entonces, se ha convertido en mi receta de emergencia para meriendas improvisadas, cenas con amigos o simplemente para darme un capricho. Es la prueba de que a veces, lo más sencillo es lo que mejor funciona.

Sobre las calorías y el equilibrio

Hubo una época en que empecé a fijarme más en los números de lo que comía. Al principio, pensé que tendría que despedirme de postres como este. Me imaginaba que una porción sería una bomba calórica.

Para mi sorpresa, cuando hice los cálculos, vi que un trozo generoso ronda las 350 calorías. No es una ensalada, claro, pero tampoco es el desastre que uno podría imaginar para algo tan cremoso y reconfortante.

He intentado hacer versiones más «ligeras», reduciendo el azúcar o usando aceite de coco. La verdad, ninguna me convenció. La pequeña cantidad de azúcar y aceite que lleva es lo que le da esa gracia y esa textura que la hacen especial. A veces, es mejor disfrutar de la versión original con moderación que de un sustituto que te deja a medias.

Lo que vamos a necesitar

Lo bueno de esta tarta es que no pide ingredientes raros ni técnicas de otro mundo. Seguramente ya tengas casi todo en tu despensa.

Para la masa, que es un bizcocho súper húmedo, uso tres huevos grandes. He comprobado que si están a temperatura ambiente, la masa queda más esponjosa, pero si se me olvida sacarlos antes de la nevera, tampoco es el fin del mundo.

Unos 150 gramos de azúcar blanco normal son suficientes. Y para la grasa, unos 100 ml de aceite de girasol. Prefiero el aceite a la mantequilla en esta receta porque mantiene la masa tierna por más días. También un chorrito de leche, unos 70 ml.

La base seca son 200 gramos de harina de trigo de todo uso. Siempre la tamizo junto con la levadura en polvo (unos 8 gramos, o un par de cucharaditas). Es un paso que me da pereza, pero he aprendido que marca la diferencia para evitar grumos. Un poco de azúcar de vainilla y una pizca de sal completan la magia.

Y para el corazón de la tarta, el relleno: 250 gramos de ricotta fresca y de buena calidad. Aquí sí que no escatimo. Se le añaden dos cucharadas de azúcar, una de maicena para que no se desparrame y un huevo. Eso es todo.

Manos a la obra: la preparación

El montaje es casi un juego de niños, y todo el proceso de mezcla no me lleva más de quince minutos. Lo primero, siempre, es preparar el campo de batalla: un molde cuadrado de unos 22 cm bien embadurnado con aceite y espolvoreado con harina. Un ritual sagrado para que luego nada se pegue.

En un bol grande, bato los huevos con el azúcar. Empiezo despacio y voy subiendo la velocidad hasta que la mezcla se vuelve pálida y esponjosa. Es casi hipnótico ver cómo cambia de color.

Luego, sin dejar de batir pero a velocidad baja, añado el aceite y la leche. Solo hasta que se integren. El exceso de batido es el enemigo de los bizcochos esponjosos; eso lo aprendí a la mala.

Añado los ingredientes secos, que ya tengo tamizados juntos, y mezclo con una espátula, con movimientos suaves, de abajo hacia arriba. Cuando ya no veo harina suelta, paro. La masa tiene que quedar lisa, pero sin trabajarla demasiado.

El relleno es aún más fácil. En otro bol, mezclo la ricotta con el azúcar, la maicena y el huevo. Un par de vueltas con una cuchara y listo.

Ahora viene la parte divertida. Vierto la mitad de la masa en el molde y la extiendo bien. Encima, con cuidado, distribuyo toda la crema de ricotta. Y finalmente, cubro todo con el resto de la masa, alisándola con la espátula como si estuviera tapando un tesoro.

La meto en el horno, que ya tengo caliente a 180 grados, y me olvido de ella durante unos 30 o 35 minutos. Sé que está lista cuando la casa huele a gloria y al pinchar el bizcocho con un palillo, este sale limpio.

Algunos secretos que aprendí a la fuerza

La primera vez que hice esta tarta, se me ocurrió usar una ricotta que llevaba varios días abierta en la nevera. Estaba un poco seca. El resultado fue comestible, pero el relleno no tenía esa cremosidad que buscaba. Desde entonces, uso siempre ricotta lo más fresca posible.

Un día, por pura inspiración, añadí la ralladura de un limón al relleno. Fue una revelación. Ese toque cítrico corta el dulzor y le da una frescura increíble. Ahora casi siempre se la pongo.

También aprendí a no tener prisa. Hay que dejarla enfriar por completo dentro del molde antes de pensar en cortarla. Si lo intentas en caliente, es probable que se te rompa, porque el relleno aún está muy blando. La paciencia es el ingrediente final.

He probado a añadirle trocitos de chocolate a la masa, o unas nueces picadas al relleno. Funciona bien, pero para mí, la versión simple es la que siempre gana. Es su honestidad lo que la hace tan buena.

Al final, esta tarta es más que un postre. Es la prueba de que no hace falta complicarse la vida para crear algo delicioso. Es un recordatorio de que en la cocina, como en muchas otras cosas, el cariño y unos buenos ingredientes son lo único que realmente importa.

Si te gustó esta receta, aquí tienes otra que seguro te va a encantar

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *