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El Adobo que Siempre Gana Aplausos en Casa

Hay platos que marcan momentos. Para mí, esta carne en adobo es uno de ellos. No es la receta de una abuela lejana ni un secreto ancestral guardado bajo llave, es más bien el resultado de probar, equivocarme y ajustar hasta dar con ese sabor que hace que todos en la mesa sonrían. Se ha convertido en mi comodín, mi «as bajo la manga» para esas cenas donde quiero ir a lo seguro y escuchar «¡qué rico está esto!».

Reuniendo a los Protagonistas (y sus Roles)

Antes de empezar la función, necesitamos a los actores principales. Por supuesto, carne de cerdo. Me gusta usar pierna o lomo, cortados en trozos no muy pequeños, para que aguanten bien la cocción lenta y se impregnen de sabor. A veces, si encuentro, uso costilla porque la grasita le da un punto extra increíble.

Luego vienen los que dan el alma al plato: los chiles secos. Necesitamos guajillo y ancho, que aportan ese color profundo y un sabor terroso y ligeramente dulce. Si me siento atrevido o tengo invitados a los que les gusta un toque más ahumado, añado un pasilla. No te olvides del ajo y un trozo de cebolla; son la base aromática de casi todo lo rico.

El toque diferente viene con el líquido: jugo de naranja (recién exprimido si es posible, se nota la diferencia) y un chorrito de vinagre. El vinagre ayuda a ablandar la carne y le da un contrapunto ácido genial al adobo. Para las especias, comino y orégano son esenciales, y una puntita de clavo en polvo si te atreves, pero úsalo con cuidado porque es potente. Sal y pimienta, como siempre, al gusto. Y, claro, un poco de aceite para el principio.

El Primer Acto: Despertando a los Chiles

El adobo empieza con los chiles, son el corazón. Primero hay que limpiarlos bien, quitándoles todas las semillas y venas. Esto es clave si no quieres un adobo extra picante, aunque a mí alguna que otra vez se me escapa alguna semilla y tampoco pasa nada grave.

Después, los tuesto un poquito en un sartén caliente. Sin aceite, solo secos. Hay que estar súper pendiente porque se queman rapidísimo y si se queman, amargan todo el adobo. Una pasadita rápida es suficiente para que suelten su aroma. Inmediatamente después, los pongo en un recipiente y les echo agua hirviendo encima para que se hidraten y se pongan blanditos, como por 10 o 15 minutos. Se pondrán gorditos y manejables.

La Magia en la Licuadora: Creando el Adobo

Una vez que los chiles están listos, va todo a la licuadora. Los chiles hidratados, los dientes de ajo, el trozo de cebolla, el jugo de naranja, el vinagre, el comino, el orégano, el clavo si decidiste usarlo, sal y pimienta.

Licúa todo hasta que quede una salsa lo más tersa posible. A veces, si veo que está muy espesa o le cuesta trabajo a la licuadora, le añado un poquito del agua donde hidraté los chiles, pero muy poca para no aguar el adobo. Queremos una salsa suave y homogénea, sin trocitos.

El Reposo del Guerrero: Dejando que la Carne se Enamore

Ahora, la carne cortada va a un tazón grande. Y encima, vierto toda esa salsa de adobo que acabamos de preparar. Con las manos bien limpias (o con una pala, pero con las manos se siente mejor), mezclo todo asegurándome de que cada trozo de carne quede bien cubierto de adobo.

Aquí viene la parte de la paciencia. Lo ideal es tapar el tazón y dejar que la carne se marine en el refrigerador por al menos una hora. Si te acuerdas la noche anterior, déjala toda la noche; el sabor será mucho más intenso y la carne quedará más tierna. Este tiempo es crucial para que la carne absorba todos los aromas del adobo.

El Fuego Lento Hace el Milagro

Ya casi estamos. Pongo un poco de aceite en una cazuela grande o sartén profundo a fuego medio-alto. Cuando está caliente, voy poniendo los trozos de carne marinada. Cocino en tandas si es necesario para no amontonarla y que se dore bien por todos lados. Queremos que coja un color bonito y sellarla para que los jugos se queden dentro.

Una vez que toda la carne está dorada, vuelvo a ponerla toda en la cazuela (si la cociné por partes) y añado el resto del adobo que quedó en el tazón de marinar. Le agrego también como media taza de agua. Bajo el fuego a lento, tapo la cazuela y dejo que se cocine despacio. Esto tomará unos 40 a 50 minutos, o hasta que la carne esté tan suave que casi se deshaga. De vez en cuando le echo un ojo, y si veo que la salsa se reduce demasiado, le pongo un poquito más de agua para que no quede seca. La salsa debe quedar espesa y brillante.

Pequeños Descubrimientos en el Camino

Con el tiempo, he aprendido un par de cosas. Si te gusta el picante, puedes añadir un chile de árbol seco o un serrano fresco a la licuadora junto con los otros chiles. Le da una patada agradable.

También descubrí que servirlo es casi tan importante como cocinarlo. Me encanta acompañar esta carne con arroz blanco o unos buenos frijoles refritos. Y si le pones encima un poco de cebolla morada encurtida y cilantro fresco picado, el contraste de sabores es simplemente perfecto. Es como ponerle el punto final a una obra de arte culinaria.

Esta receta, con sus pequeños ajustes personales y las veces que me hizo sudar en la cocina, se ha ganado un lugar especial en mi repertorio. No es solo comida; es el pretexto para reunir a la gente que quiero alrededor de la mesa y compartir un momento delicioso. Espero que la disfrutes tanto como yo.

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