Hay recetas que buscas durante años y otras que simplemente aparecen, sin que las llames. Este pan es de las segundas. Nació una noche de caos, con invitados en casa y un plan de cena que se había ido al traste por completo.
Mi idea original era un pan artesano complejo, de esos que requieren prefermentos y horas de levado. Pero algo salió mal, la masa nunca subió. Con el tiempo encima y la frustración a flor de piel, decidí que no me rendiría.
Miré la masa inerte, le añadí un poco más de levadura y agua tibia, y empecé a improvisar. El resultado fue este pan plano, cocinado en sartén, que no solo salvó la cena, sino que se convirtió en una de las recetas más pedidas por mis amigos.
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Un capricho que no arruina la dieta
Durante mucho tiempo, preparé este pan sin pensar en nada más que en su sabor. Pero cuando empecé a prestar más atención a lo que comía, me entró la curiosidad. Me asusté un poco al pensar que algo tan delicioso podría ser una bomba calórica.
Hice algunos cálculos y ajustes. Descubrí que, controlando el aceite y el azúcar, cada pan de un tamaño generoso se queda en unas 220 calorías. Una cifra más que razonable para un acompañamiento tan espectacular.
Lo mejor es el tiempo. La primera vez, entre el pánico y la improvisación, tardé casi una hora y media. Ahora, con la práctica, tengo la masa lista y los panes cocinándose en menos de 45 minutos. Se ha vuelto mi recurso infalible para una comida rápida y reconfortante.
Ingredientes para esta receta salvavidas
Lo maravilloso de este pan es que sus ingredientes son básicos, de los que casi siempre tienes en la despensa. No necesitas nada exótico ni difícil de encontrar.
Para unas seis u ocho unidades, yo reúno sobre la encimera: dos cucharaditas de levadura seca, de la que viene en sobres. Es importante que esté activa para que la masa tenga vida.
También, dos cucharaditas de azúcar, que servirá de alimento para la levadura, y una cucharadita de sal para potenciar el sabor.
La parte líquida es una mezcla. Uso unos 165 ml de agua tibia y la misma cantidad, 165 ml, de leche tibia. La combinación le da una suavidad increíble.
El corazón de la receta son unos 500 gramos de harina de trigo normal. Me gusta tamizarla, siento que el resultado es más aireado, pero si tienes prisa, no es el fin del mundo.
Y por último, una cucharada generosa de aceite de oliva. Aquí sí que intento usar uno bueno, porque su sabor se nota en el resultado final.
El camino hacia un pan perfecto: paso a paso
El proceso es casi terapéutico. Empiezo despertando a la levadura. En un bol, mezclo la levadura, el azúcar y los líquidos tibios. Lo dejo unos diez minutos, hasta que veo que empieza a burbujear. Esa espuma es la señal de que todo va bien.
Mientras tanto, en un bol grande, mezclo la harina tamizada con la sal. Hago un hueco en el centro, como un pequeño volcán, y ahí vierto la mezcla de levadura ya activada.
Con una cuchara de madera, empiezo a integrar los ingredientes desde el centro hacia afuera. Cuando ya no puedo más con la cuchara, añado el aceite de oliva y paso la masa a la encimera ligeramente enharinada.
Aquí viene mi parte favorita: el amasado. No se necesita mucho, con unos 5 minutos de trabajo manual es suficiente. Busco una masa elástica, suave, que se pega un poquito a los dedos pero que se maneja bien.
Luego la dejo descansar. Hago una bola con la masa, la pongo en un bol aceitado y la cubro con un paño húmedo. En un lugar cálido, en una hora habrá doblado su tamaño. Es pura magia.
Cuando la masa está lista, la desgasifico suavemente con los nudillos. La divido en unas seis porciones iguales y formo bolitas. Mientras trabajo con una, cubro las demás para que no se sequen.
Con un rodillo, estiro cada bola hasta formar un círculo de unos 18 cm. No busco la perfección, me gusta que queden rústicos, irregulares.
La cocción es rapidísima. Caliento una sartén grande a fuego medio-alto, sin nada de aceite. Coloco el pan y en un par de minutos empiezan a salir unas burbujas preciosas. Le doy la vuelta y lo cocino por el otro lado.
A medida que los saco, los voy apilando y los cubro con un paño. Este truco los mantiene increíblemente tiernos.
Pequeños secretos que aprendí a la fuerza
La primera vez que los hice, usé demasiada harina en la encimera. El resultado fue un pan seco y denso. Aprendí que hay que confiar en una masa ligeramente pegajosa.
Otro error de novato fue la temperatura de la sartén. Si no está lo suficientemente caliente, el pan no se infla y queda pálido. Ahora espero a que esté bien caliente antes de poner el primero.
Una vez, por accidente, se me cayó un poco de pimentón en la masa. El resultado fue tan interesante que ahora a veces lo añado a propósito. También he probado con ajo en polvo o perejil picado directamente en la masa.
Justo antes de servirlos, los pincelo con un poco más de aceite de oliva y espolvoreo perejil fresco y unas escamas de pimiento rojo. Ese toque final los eleva a otro nivel.
Un pan que cuenta una historia
Hoy, este pan ya no es un plan B, sino el protagonista de muchas de nuestras comidas. Lo servimos con hummus, con guisos, o simplemente solo, para disfrutar de su sabor.
Cada vez que lo amaso, recuerdo aquella noche de caos que terminó en un éxito inesperado. Me recuerda que, en la cocina y en la vida, a veces los mejores resultados nacen de la improvisación y de no tener miedo a equivocarse.
No es solo una receta; es un testimonio de cómo un pequeño desastre puede transformarse en algo maravilloso que se comparte en la mesa.
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