histats.com Receta de Pan de avena y chía sin harina | Recetas Deliciosas

Receta de Pan de avena y chía sin harina

Hay días en los que parece que el tiempo vuela y, de repente, te das cuenta de que necesitas algo rápido, sano y que te dé energía. No sé cuántas veces me ha pasado. Empecé a experimentar en la cocina buscando justo eso, algo que pudiera hacer sin complicaciones, sin manchar demasiado y que no llevara harina, porque a veces el cuerpo pide un descanso. Así fue como, casi sin darme cuenta, nació esta receta. Se ha convertido en un básico en mi casa para el desayuno o la merienda.

Lo que junto antes de empezar

Para este pequeño milagro, no necesitas nada raro. Cosas que seguramente tienes por casa si sueles cocinar un poquito. La base son dos tazas de copos de avena. Intento que sean sin gluten por si acaso, pero si no es un problema para ti, usa los que tengas. Luego, dos cucharadas de semillas de chía; son clave para la textura y para que esto se mantenga unido. Necesitarás también media taza de agua normal.

Para la parte «grasa» y que queden tiernos, un cuarto de taza de aceite de oliva. A veces uso aceite de coco derretido, o incluso un trocito de mantequilla, lo que tenga más a mano en ese momento. Para que suban un poco, una cucharadita de polvo de hornear y, claro, media cucharadita de sal para realzar los sabores.

Si te gusta un toque dulce, una cucharada de miel o jarabe de arce le va genial, aunque yo muchas veces me la salto. Necesitas dos huevos para que todo ligue bien. Y si un día no tienes huevos o prefieres no usarlos, he probado con un huevo y un par de cucharadas de puré de manzana y funciona sorprendentemente bien (un truquito que aprendí intentando hacerla más ligera). Y un poquito de vainilla (media cucharadita) le da un aroma que me encanta, pero no es imprescindible. Ah, y a veces, si quiero que queden más suavecitos, tengo a mano un cuarto de taza extra de agua o un chorrito de leche.

El pequeño ritual antes de mezclar

Lo primero que hago es darle un toque a la avena. La pongo en la batidora o en la procesadora un segundo, lo justo para que se rompa un poco, que no quede hecha polvo como harina fina, sino más bien como sémola gordita. Esto ayuda a que luego el panecillo no se desmigue tanto. Esta parte me lleva un minuto, quizás dos si estoy despistado.

El encuentro de los ingredientes

En un bol, pongo la avena ya «arreglada», las semillas de chía, el polvo de hornear y la sal. Si voy a ponerle algo dulce, también lo añado aquí. En otro recipiente, bato los huevos con ganas, como si le quitara el estrés del día. Luego les agrego el aceite, el agua inicial y la vainilla. Mezclo todo bien con un tenedor.

Ahora, junto los dos boles. Vierto la mezcla líquida sobre los ingredientes secos y revuelvo con una cuchara. No hay que amasar, solo integrar. La masa debe quedar húmeda pero espesa, más o menos como una masa de galletas muy blandita. Si veo que está demasiado seca, le añado ese chorrito extra de agua o leche que tenía preparado. Ajusto un poco hasta que tenga la consistencia que me gusta.

La pausa necesaria (y corta)

Y aquí viene la parte donde hay que tener un poquito de paciencia, pero muy poca. Dejo la mezcla reposar unos 5 o 10 minutos. En este tiempo, las semillas de chía empiezan a hincharse, a absorber líquido, y hacen que la masa coja cuerpo. Es mi momento para ir precalentando el horno a 180°C (o 350°F) y ponerle papel de hornear a la bandeja. Esta pausa me da tiempo justo para ordenar un par de cosas y no sentir que estoy corriendo.

Dándoles forma antes del gran momento

Una vez que la masa ha descansado, con las manos (un poco húmedas si se pega mucho) o con una cuchara, voy formando montoncitos en la bandeja. Les doy una forma redondita, de panecillo. No tienen que ser perfectos, la belleza está en lo casero, ¿verdad? Los hago del tamaño que me apetezca ese día, a veces más grandes, a veces más pequeños tipo mini panecillos.

El calor hace su magia

Al horno van. Los dejo unos 15 o 20 minutos, hasta que se ven doraditos por encima y si los tocas, están firmes. A veces, si quiero que queden extra bonitos, antes de meterlos les doy una pincelada rápida con un poquito de aceite, aunque no es estrictamente necesario. El olor que empieza a salir del horno es una maravilla.

El momento de respirar (y no quemarse)

Una vez listos, los saco y, aunque me cueste horrores, los dejo enfriar un poco en una rejilla. Si intentas cogerlos calientes, se rompen. ¡La paciencia es clave aquí!

Pequeños secretos que marcan la diferencia

Con el tiempo he aprendido un par de cosas que hacen que me gusten aún más. Si quieres que queden más suaves, puedes triturar la avena un poquito más al principio. Y un toque de canela o nuez moscada en la masa le da un sabor extra que me encanta, especialmente en invierno.

Y sí, si eres vegano o no puedes comer huevo, he probado a sustituirlo por puré de plátano (como un cuarto de taza) o incluso un poco de pudin de chía ya hecho, y funciona. La textura cambia un poco, pero siguen siendo deliciosos.

Al final, es increíble lo rápido y fácil que es tener algo casero y sano listo con ingredientes tan simples. En total, entre preparar todo, esperar un poco y hornear, son menos de 45 minutos de mi tiempo, y tengo panecillos para varios días… o para uno solo, si no me controlo.

Si te gustó esta receta, aquí tienes otra que seguro te va a encantar

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *